La existencia material se desarrolla con ilusión durante la primera mitad, llevados por unas expectativas que convierten cada momento en el primer paso de un futuro lejano que está por venir; todo lo que hacemos tiene un sentido y una finalidad que se realizará más adelante, y nosotros nos realizaremos en ella. Pero llega un momento en el que se hace evidente que el porvenir se acorta y estas expectativas no se van a cumplir. Entonces los días se hacen monótonos, los años pasan y se terminan, lo que hacemos no es nuevo sino mecánico, repetimos siempre lo mismo y actuamos porque hemos desarrollado una serie de responsabilidades que estamos obligados a atender. Y a cierta edad, el cuerpo empieza a fallar, de modo que incluso estas obligaciones se nos resisten.
Si no hemos desarrollado previamente una sensibilidad por lo esencial y la espiritualidad vamos a interpretar esta situación como el inicio de una decadencia total. Porque la decadencia del cuerpo es un hecho pero, si nos confundimos con el cuerpo, la proyección hacia el futuro, que nuestra mente continua haciendo por sistema, nos presenta un panorama de aniquilación no solo física sino psicológica.
Debemos anticiparnos a esta situación con el tiempo suficiente para evitarla. El remedio es desarrollar nuestra conciencia sustituyendo las expectativas del cuerpo y de la personalidad por las de la mente y el espíritu; porque estas últimas se verán alentadas y liberadas cuando podamos prescindir del cuerpo y de las limitaciones que comporta. Si estamos preparados para ello, claro.
Es un error fatal aplazar la preocupación espiritual para cuando esta existencia se acerca al final, porque no vamos a poder protagonizar de manera consciente algo que no nos consta como real, algo que se nos aparece solamente como ideas para paliar el miedo a la muerte. La conciencia del ser esencial se ha de alimentar en y desde la madurez, de tal manera que se pueda experimentar como algo más real que el propio cuerpo y el mismo psiquismo: como algo idéntico, invariable, constante, invulnerable e independiente de las circunstancias; algo que no ha nacido y por lo tanto no puede morir. Si se atiende esta dimensión trascendente de nuestra individualidad, la pérdida de eficacia física en la vejez y el deterioro del organismo contribuirán a resaltar en la conciencia esta dimensión espiritual. Y viviremos el final de esta existencia como el preludio de algo infinitamente superior.
La religión tradicional nos ha planteado siempre la vida terrenal como un trámite obligado lleno de engaños, dificultades y peligros que nos podían hacer caer en la trampa de una desorientación final susceptible de alejarnos irremediablemente de Dios. Pero el mensaje de Jesucristo, que el Trabajo recoge y practica, es que esta existencia constituye una matriz que conforma y desarrolla cada conciencia individual y personal para que florezca como un nuevo centro de irradiación de la plenitud de Dios, un centro apto quizás para seguir actuando en otros planos trascendentes.
Por eso es tan importante rescatar tiempo y atención de lo que el mundo nos presenta como obligado e ineludible, para poder cultivar la conciencia de ser contemplando la dimensión del espíritu. Y si deseáis un pasaporte seguro hacia la trascendencia, procurad atender estas obligaciones desde un nivel superior de conciencia, de tal manera que vuestra actitud en relación al mundo sea una manifestación evidente de este espíritu que ya es y solo necesita expresar lo que es aprovechando las situaciones que requieren atención y cuidado.
En este mes que finaliza el año, y en el que celebramos con la Navidad el renacimiento de nuestra naturaleza espiritual, puede ser interesante atender nuestras almas desde el silencio interior que proporciona el centramiento, teniendo presente que llega un momento en el que deja de ser un ejercicio para convertirse en la única realidad.
Que sea para todos una Navidad consciente y un año iluminado.
Con este mensaje me recuerdas a las palabras de Blay que he leido tantas vece,» siempre os digo lo mismo visto desde un sitio o desde otro. Entiendo lo que tantas veces nos dices que hemos de atender primero el trabajo para que incida en nuestras vidas ya que es la realidad que somos. Siempre me aportas algo mas, gracias!!!
Gracias Jordi por este artículo que nos retrata tan bien el sentimiento de insatisfacción y de pesadumbre que causa el experimentar el declive del cuerpo como si se tratase d una decadencia integral nuestra. La clave: poner las miras en lo espiritual.
La frase que más me ha llamado la atención ha sido:
“La conciencia del ser esencial se ha de alimentar en y desde la madurez”
Esta afirmación me hace recapacitar sobre cuáles son los verdaderos objetivos y prioridades a los que dedico mis esfuerzos y capacidades. El fin de esta reflexión es intentar asegurarme de que le concedo a lo espiritual el tiempo y el espacio necesario en mi hacer diario para que lo trascendente sea lo realmente relevante en mi vida.
Gracias por tus buenos deseos. Que así sea para todos.
Un abrazo,
Me ha llegado mucho este artículo. Es bien cierto que en la primera mitad de la vida el cuerpo funciona a pleno rendimiento y todavía te tienen que fallar muchas expectativas para que empieces a pensar que quizá lo que buscabas era un poco más interno. Sin embargo, y aunque algunos empezamos muy jóvenes a ver que todo estaba descuadrado y que tu guía y la de Blay nos podía conducir por senderos más auténticos, la perseverancia tiene que continuar y ser siempre la guía principal, puesto que la mecanicidad de la mente con sus proyecciones hacia el futuro así como la identificación se dan por defecto y, como bien dices, presentan la única degradación que nos debe preocupar de verdad. Así que es imprescindible ahondar con curiosidad en este segundo despertar, en este estado de centramiento prolongado que va más allá del despertar inicial e intenta avanzar hasta niveles de conciencia más profundos, buscando la noción de nosotros mismos más auténtica en cualquier momento de nuestra vida cotidiana.
Gracias por el palo a la burra (la burra soy yo, que conste) o más bien por la zanahoria delante de mi nariz. Feliz Navidad familia!
La decadencia conmueve y en nuestro estado de conciencia habitual vivimos esta debilidad.Por otro lado, sentimos la necesidad de buscar algo que nos de más seguridad y más fuerza, si contemplo la dimensión espiritual y desde ya la ejercito, valoro lo que vivifica en mi la actitud interior.Cuanto más consciente somos de las cosas, mas nos apoyamos en nuestro verdadero yo y en lo Superior.
Gracias!! por iluminar.
En cuanto he leído el artículo ha surgido en mí un sentimiento profundo de agradecimiento por brindarme la oportunidad de formar parte de este Trabajo. Me transmite esperanza e ilusión por seguir adelante y no bajar la guardia. Situarme en un nivel superior de conciencia hace que me exprese desde el fondo, desde mi verdadera naturaleza; haciendo lo que en ese instante es lo más adecuado. Abrirme al espíritu desde el centramiento para que, como dices, llegue un momento en el que sea la única realidad.
Una gozada leer este artículo que me ha transmitido ternura, ilusión y calidez. En mi caso, como dice Miquel, me siento muy afortunada por haber encontrado joven este camino que cada día me ayuda a iluminar una parte mayor de la conciencia y a vivir la existencia con más sentido y plenitud. Como bien dices, si tenemos integrado el Trabajo, la experiencia del deterioro físico y la certeza de que se va agotando el tiempo de existencia en este plano físico, lejos de generar desazón, se convierten el mejor acicate para experimentar más vívidamente aquello que somos. Es lo mismo que ocurre en procesos de enfermedades, que tan catárticos y reveladores resultan para mucha gente. Y es que si tuviéramos presente que como forma tenemos una fecha de caducidad que puede llegar en cualquier momento, la desidentificación con lo físico se produciría de inmediato. Saber que en cualquier momento podemos perder el caparazón físico es una oportunidad para vivir cada vez más en base a lo que somos, que obviamente no tiene nada que ver con ese cuerpo perecedero. Me parece una reflexión muy necesaria para tenerla en cuenta cada día.
Me sumo también a tu sugerencia de tratar de vivir una Navidad lejos del ruido externo para prestar atención a nuestro silencio interno. En estas fechas en que más que nunca multitud de estímulos tratan de hacernos identificarnos con la supuesta felicidad que proporciona lo exterior, hemos de ser conscientes de que es el recogimiento interior lo único que nos hará experimentar la felicidad que somos; aquella que no se adquiere, se es. Gracias Jordi por recordárnoslo.
Entiendo como algo básico lo que se apunta en el texto en referencia a que si uno atiende en vida su dimensión trascendente, es decir, su identidad, lo inmutable, lo constante, lo que nunca cambia, vivirá el final de su existencia física, no como una decadencia carnal y limitada, sino más bien como el devenir de una fusión total con la energía, amor e inteligencia que uno en esencia es. Porque claro como bien dice Woody Allen: “no es que tenga miedo a morir, simplemente no quiero estar ahí cuando eso ocurra” toda una declaración de intenciones del personaje,y termino con el contrapunto que aporta Antonio Machado: “la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos» . Muchas gracias por el articulo Jordi.
Con el Trabajo pasa algo curioso, y es que reconcilia lo que de otro modo parece imposible, y es que cuanto más conciencia tomo de mi ser y mas cultivo la espiritualidad más me gusta vivir y también menos miedo le tengo a morir. Lo que parece opuesto se va uniendo, porque sé que existir no se delimita a vivir en mi cuerpo.
Gracias Jordi, y Feliz Navidad a tod@s.