La demanda de mi mismo

En el Trabajo llamamos “demanda” a esta fuerza que nos mueve a buscar algo sólido y real; normalmente desde un estado de desorientación y desconcierto que procuramos disimular manteniendo en lo posible el comportamiento que la sociedad espera de nosotros como buenos profesionales, buenos padres y madres de familia y, en general, como personas cívicas y responsables. Pero, como se dice, la procesión va por dentro: nos resulta cada vez más difícil percibir un horizonte que nos ilusione, tener un propósito que compartir con la gente de nuestro entorno o sentir esperanza por el futuro de una sociedad que, en vez de caminar hacia el equilibrio y la solidaridad, parece deslizarse hacia el egocentrismo y el conflicto artificialmente provocado.

El que acude al Trabajo está buscando satisfacer esta especie de vacío que se manifiesta como “demanda”, a menudo sin saberlo. Se experimenta como una necesidad indefinida que nos aprieta y que este mundo ordinario, rico en tantas cosas, parece incapaz de satisfacer. Y es que el propio demandante no sabe lo que está buscando, lo cual contribuye a aumentar su desazón. Digamos que la manifestación de esta necesidad atestigua su realidad; pero este es un testimonio no válido en la atmósfera positivista en la que hemos sido educados. Por eso hay quien pretende arreglar este asunto con una pastilla y también quien busca el remedio en la magia. En todo caso, el objetivo es que la demanda desaparezca y nos tranquilicemos.

Nuestra alternativa es la autorrealización, que significa que vamos a satisfacernos tomando conciencia de nuestra realidad en una existencia que nos invitará a manifestar lo que somos. Esto que somos no es nada que debamos encontrar fuera, es algo que ya somos pero hemos olvidado; y que, al redescubrirlo, nos permite existir sin necesitad de que nadie nos homologue ni nos expida un certificado de realidad.   

Esta percepción del yo es lo que llamamos despertar, porque es como despertar de un sueño en el que nos estábamos ignorando; digamos más bien una pesadilla en la que no sabíamos quiénes éramos, ni qué queríamos ni hacia dónde nos encaminábamos. En el momento en el que nos desvelamos descubrimos que ya somos, vemos quiénes somos y dónde estamos; y percibimos lo que queremos en el entorno que nos cobija.  No es nada extraordinario, en el sentido fenoménico, ni tan solo tiene que ver con las experiencias que podemos tener en el centramiento profundo o con las de contacto con lo Superior que tenemos ocasionalmente en Oseira.

El Yo es simplemente la conciencia de la atención que uno es y que dirige de forma voluntaria hacia lo que tiene delante para verlo tal cual se presenta. Esta capacidad de dirigir la atención y mirar para ver, es suficiente para iluminar lo que hay delante y conocerlo de tal forma que provoca una respuesta espontánea y adecuada. Esto es lo que el sujeto ha de percibir en sí mismo, su capacidad de entender la realidad cuando la mira, en lugar de juzgarla y rechazarla. Esto puede ir acompañado de una especial claridad, pero no siempre se da este fenómeno.

El Yo es también la conciencia de pertenecer a esta realidad que nos incluye; el interés por probarla, tocarla y participar en ella, el gozo de existir de una manera consciente y de relacionarnos con las cosas que nos rodean, tanto si favorecen nuestros proyectos como si constituyen un obstáculo que debamos superar. El amor de la presencia se manifiesta como una alegría serena en circunstancias propicias y como una voluntad sostenida en situaciones difíciles. Tanto en un caso como en otro es un amor que se expresa con poca algazara y aún menos emocionalidad, más bien de un modo comedido, como el que no quiere remover unas aguas que bajan tranquilas. La mejor forma de describirlo es el sentimiento de formar parte de la realidad y fluir con ella.

Y en cuanto a la capacidad de hacer, que es la fundamental, porque actualizar viene de acto, no requiere de ninguna sensación especial de fuerza o fortaleza; es simplemente la conciencia de estar actuando en cada momento con la intención concreta de transformar la realidad que nos llega, jugando en ella el protagonismo que estamos encarnando de manera personal. Estando despiertos no hacemos nada que no hayamos decidido personalmente; y lo hacemos todo con una impecabilidad que pone de manifiesto que estamos hechos a imagen de Dios. Habitualmente, la conciencia de yo como capacidad de hacer, realza las cosas,  las personas y las circunstancias en las que intervenimos; las vemos más sólidas y más luminosas. Y nuestra acción o abstención en relación a ellas es la mejor muestra de amor que les podemos dar.

Esta presencia ha de ser captada por nosotros mismos como lucidez, voluntad y protagonismo consciente, y ha de brillar por sí misma con la sencillez y la seguridad interior que genera. Esto no satisface por completo la demanda, la demanda solo se satisface cuando nos reintegramos en el Ser esencial, pero la convierte en un camino que tiene sentido: un camino hacia este Ser.

4 comentarios en “La demanda de mi mismo”

  1. Gracias Jordi por estar siempre ahí indicando el camino a seguir en la busqueda de nosotros mismos. Al principio uno mira y no ve nada, intento mirar » ese mí » y me pierdo, pero poco a poco el trabajo va dando sus frutos y se aclaran los concepto al indicarnos diferentes formas de mirar.

  2. A veces caemos en la trampa de creer que con despertar de vez en cuando para cumplir con el expediente es más que suficiente; sin embargo, este artículo pone bien claro que despertar exige un mantenerse en ese nivel de conciencia dirigiendo la atención conscientemente para ver la realidad tal cual es; vivir el gozo sereno que implica estar vivos y actualizar todo ello en la existencia mejorando la realidad que tenemos delante. En resumidas cuentas, dejar de “jugar a autorrealizarse” para pasar a darlo todo sin reservas cada segundo de nuestra existencia.

    Gracias Jordi.

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