Dia 26 de Julio de 2019: es un placer escuchar desde su hondura al monje cisterciense Juan María de la Torre compartiendo experiencias, conocimientos y enseñanzas aprendidas a lo largo de una vida intensa. En este último retiro en el monasterio de Oseira pudimos escucharle hablar sobre las creencias, la fe, el momento presente, la huella,…, y nos explicó algunos simbolismos del arte trascendente. Así que me gustaría compartir con vosotros una breve síntesis de lo que allí oímos.
Dice el P. Juan María que tenemos que evitar los ídolos, hechos de imágenes visuales o imaginaciones visuales que proyectamos hacia afuera; pero también de imágenes más sutiles: las imágenes auditivas. Las imágenes auditivas son las creencias, y las creencias nos pueden esclavizar porque nos llevan a fabricar conceptos de Dios que han sido fabricados por nuestra propia mente y que han acabado por atraparla en ellos. Conceptos de Dios, de los santos, de los dogmas y de la trascendencia que se nos han dado en la infancia y que han sido ubicados y alimentados por nuestros parámetros mentales.
Ahora, cuando los parámetros mentales no se ven atravesados por la experiencia de la fe, se convierten en ídolos.
Las creencias pretenden atrapar a Dios en ellas mismas pero Dios nunca se deja atrapar. Dios está en el vivir del momento, en el presente que actúa, activando su huella en nosotros; y este momento presente nunca se deja atrapar.
La huella, es un concepto de Emmanuel Levinas (1906-1995): “el hombre es huella”. Transmite que alguien ha pasado previamente por el camino que recorremos y ha dejado en él la marca de sus pies. La huella presenta un absurdo: la presencia en la ausencia, el testimonio de algo que no se ve pero ha dejado una marca indeleble que expresa una verdad: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.
El problema que tenemos es que proyectamos esta huella como un objeto, mediante imágenes; y entonces deja de ser algo trascendente para convertirse en una categoría mental. La huella de Dios en nosotros está dentro, en el centro de nuestra conciencia, y ahí tenemos que descifrarla.
Nuestras creencias tienen que estar en proceso de transformación constante mediante la fe que las aplica; deben ser penetradas y atravesadas por la luz, por una energía que las esté renovando constantemente cuando las atraviesa. Y su formulación va variando a medida que la fe se va haciendo más vigorosa, más real, más auténtica, en una proyección hacia el absoluto, hacia la eternidad simbolizada por el sábado.
El símbolo del sábado, lo encontramos en el arte de la abadía cisterciense de Noirlac, situada en Cher, Francia. Allí tenemos el óculos de seis lóbulos con un círculo central. Los seis lóbulos imperfectos son la expresión de los seis días de la creación, y el circulo del centro, perfecto, representa el sábado, la eternidad. La luz del sol dibuja en el suelo, el programa de nuestra vida: trabajar durante seis días para conseguir la madurez necesaria para alcanzar el sábado, la eternidad. En un mensaje que proyecta en el suelo la huella del sol, pero no se deja atrapar.
Todos caminamos hacia el absoluto, representado por el sábado. Pero para entrar en el sábado hay que atravesar el desierto,. que simboliza todo tipo de resistencias en nuestra propia vida personal y colectiva. El desierto significa ponernos a prueba, son las dificultades que nos encontramos en el camino a recorrer: dogmas, conflictos, desgracias, embaucadores… circunstancias capaces de paralizar nuestra evolución, y solo podremos superar estas dificultades si somos capaces de mantener, respetar y proteger la huella.
Gracias Jaume por el resumen tan excepcional de la hermosa charla de Juan Mª, sin duda nos emocionó a todos. Me gusta mucho que recojas en este artículo una imagen que nos acompañó a lo largo de todo el retiro: la dimensión del desierto. Hay una frase curiosa al respecto en un libro que adoro porque me parece de lo más inspirado: El Principito. En él ante la escasez de agua y el deambular en busca del sustento básico de la vida nos recuerda el mismo Principito: «lo maravilloso de un desierto es que en cualquier parte esconde un pozo». Ése pozo es la huella, la fuente viva con la que nutrir nuestro camino.
Yo lo que voy a comentar aquí es lo que me ha despertado ésta imagen de la huella, que a mi me suena mucho como a nostalgia no? y es que yo creo que también es posible que el propietario del zapato esté en nuestro interior,y en todos los interiores de todos, creándose así éste mundo de relaciones.
El desierto para mi es no conocer eso, no saberlo o no actuar con esa realidad presente.
Gracias Jaume, todo lo vivido en Oseira es un placer y oir a Juan Mª sus charlas, su sabiduria és un regalo para los oidos. Lo que comenta sobre la huella me gusta porque encuentro el mismo hilo que trabajamos nosotros pero con otro vocubulario. Todo eso me enriquece y abre la mente para descubrir la verdad y dejar de proyectar todo en imagenes.
Como nos comentas» la huella de Dios en nosotros está dentro, en el centro de nuestra conciencia, y ahí tenemos que descifrarla.
Un placer compartir con todos vosotros los momentos vividos.
Mágico concepto el de la huella expresado por nuestro sabio amigo Juan María; yo particularmente esta palabra la veo como el deambular de innumerables seres humanos a lo largo de la historia de nuestra humanidad preocupados por conocer y experimentar la naturaleza esencial que nos anima a todos. Son pasos invisibles que se recogen en un acervo colectivo y que nos dan pistas claras de: “por aquí es, sigue tú buscando” la pregunta pertinente seria: ¿seguimos la pista de las huellas dejadas? o ¿las pretendemos borrar pasando por ellas la suela del zapato de nuestro personaje?
Muchas gracias Jaume.
Es muy bonito lo que escribes, Jaume. Lo que más me gusta de la huella es que, nos acordemos o no, ahí está
Muchas gracias
Carlos