La infantil postura ante Dios

Lo que ocurre es que nosotros, ante la divinidad, adoptamos una postura infantil. Seguimos con la mentalidad de niños pequeños, queriendo que nuestra madre o nuestro padre nos lo solucionen todo, que nos protejan y nos eviten todo mal. De este modo estamos constantemente pidiendo a Dios que nos quite lo desagradable. Esta actitud es falsa. Nosotros tenemos que crecer, y solamente podemos crecer ejercitándonos, afrontando las cosas, trabajando los mecanismos, desarrollando la sensibilidad. Y esto no puede ser sustituido, ya que la voluntad explícita, la ley del existir, es ese crecimiento en conciencia, en fuerza interior, en discernimiento. Por tanto, no se trata de quitar las dificultades, sino, a través de ellas, ejercitarse hasta llegar a un nivel de conciencia superior. Y, curiosamente, cuando podemos ver las cosas desde más arriba, desde más adentro, descubrimos que aquellos problemas que nos angustiaban tanto eran problemas infantiles, problemas que no tenían una existencia objetiva, sino simplemente un modo de ver, de sentir, de querer vivir algo grande a través de algo pequeño, que era desear que la felicidad viniera a nosotros cambiando la naturaleza de las cosas y de las personas. Yo estaba poniendo unas condiciones, estaba queriendo organizar el mundo a mi propia conveniencia. Y esto es, por definición, falso, absurdo, no tiene sentido. El secreto de la felicidad consiste en ir al que es feliz, no en querer que las cosas sean de una manera o de otra. El secreto de la felicidad está al alcance de todos; de todos. Pero nunca consiste en poner condiciones al exterior, en exigir que las cosas vayan de un modo determinado, que mi salud sea así, que las personas se comporten conmigo de tal manera, que yo conserve las cosas que quiero. Nunca. En cuanto deposito mi ilusión en esto se avecina una desilusión. Cuando yo me apoyo en algo, este algo se hundirá bajo mis pies. Solamente podré buscar la felicidad en la felicidad. Solamente se puede buscar el amor en el amor. El amor es una realidad subsistente. Existe de por sí. La felicidad y la sabiduría son realidades subsistentes. Y esta realidad subsistente, que existe de por sí, única, se expresa a través de personas, de cosas, de situaciones. Y como se expresa a través de estos medios, nosotros nos agarramos, nos crispamos sobre esta persona, cosa o situación, queriendo mantener este fuego, esta chispa de amor o de felicidad que se trasluce o que experimentamos a través de esa persona. Pero la persona no es la felicidad, el objeto no es la felicidad, la circunstancia no es la felicidad. La persona es solamente un vehículo de transmisión, la circunstancia y el objeto son vehículos de transmisión. La felicidad sólo está en Dios, que es la felicidad intrínsecamente, que es el amor, la plenitud, la sabiduría. No podemos buscarla en otro sitio, porque siempre nos equivocaremos, siempre tendremos desilusión. Hemos de aprender a ir directamente a la Fuente, porque siempre está ahí, siempre está abierta para esto, siempre está disponible.

Solamente soy yo quien ha de cambiar. En lugar de esperar un cambio de las cosas, en lugar de estar reclamando de las situaciones y de las personas, he de constatar que nunca una situación, un objeto o una persona me puede proporcionar nada. Que las cosas son testimonio de la inteligencia, de la felicidad, de la verdad o del placer. Que son testimonios, pero que no son el placer, la felicidad, la verdad o el bienestar. Todo esto solamente está donde ha estado siempre, en el Absoluto. Y es ahí donde tengo que buscar, donde debo vivirlo, y es desde ahí de donde he de permitir que se exprese en mí. He de abrirme al Absoluto para que estas cualidades se expresen en mí, para que no me vengan de afuera, de nada ni de nadie, sino para que yo me abra desde dentro, dando paso libre a ese Centro que es mi centro, permitiéndole que surja y se muestre como un torrente.

El único problema es dónde está nuestra mente, dónde está nuestra conciencia, hacia dónde buscamos. Toda la vida estamos vertidos hacia el interior, o viviendo interiormente el eco del exterior, nuestras emociones, nuestras experiencias, que son solamente un eco del mundo exterior. Nunca nada de eso podrá proporcionarnos algo auténtico.

Antonio Blay Fontcuberta. “Caminos de autorrealización”. Ediciones Cedel. 1982.

Imagen: Pixabay

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