La Presencia de Dios es algo que debe ser descubierto experimentalmente, y esta experiencia es lo que da comienzo a la vida espiritual.
No se trata sólo de que yo piense que Dios está presente, que este océano de felicidad y de inteligencia. Está en todo momento presente dentro y fuera de mí. Tampoco se trata sólo de que yo me dirija a esta Persona Absoluta que es Dios en un diálogo de demanda y de aspiración. Todo esto hay que hacerlo, pero esto solamente es la puesta en marcha, la preparación para adecuar el terreno, pues esta práctica debe culminar en la experiencia activa de la Presencia de Dios en nuestro campo de conciencia.
Cuando yo estoy hablando con alguien importante y le estoy pidiendo un favor, o una información, o lo que sea, yo pongo el máximo interés, el máximo, énfasis en lo que estoy diciendo porque vivo la situación como algo muy importante. Pero una vez yo he expuesto lo que deseo, lo que pido, una vez yo he formulado de un modo explícito, claro, todo lo que hay en mí de demanda, entonces viene la otra parte en la que yo hago silencio para escuchar lo que el otro me ha de decir, para dar paso a la información o a la respuesta que estoy pidiendo.
En la relación con Dios es exactamente igual; cuando sólo se está pendiente de lo que pensamos, de lo que deseamos o de lo que queremos, todavía no hemos salido de nosotros mismos. Hay que pasar a la segunda fase en la cual yo dejo de hablar, dejo de pensar y estoy simplemente presente, receptivo, en espera de la respuesta.
Éste es el paso que resulta difícil a muchas personas. Porque todos nos hemos acostumbrado a hacer las cosas y a sentirnos vivir en la medida que hacemos, y nos parece que si no estamos haciendo algo no aprovechamos el tiempo. En el fondo estamos girando alrededor de nuestro yo personal y esto no nos permite salir de su círculo cerrado. Lo único que me puede hacer salir es cuando lanzo una demanda más allá de mí y luego quedo receptivo, en silencio, en espera de la respuesta. Mientras yo esté actuando, me expreso dentro de mi modo de ser y de hacer. Pero en el momento en que mi aspiración se dirige más allá del círculo del yo, hacia este otro que es Dios y me mantengo en silencio, entonces renuncio a mi continua afirmación de hacer; y este momento en que dejo de hacer, de pensar, de desear, en que todo yo estoy como un niño pequeño en espera de la solución, este momento es el más importante de la oración, es el momento en que damos paso a una Presencia y acción de lo Superior en nuestra conciencia.
Toda persona que haga una oración sincera dirigida a Dios -tal como intuya a ese Dios-, diciendo todo lo que tiene dentro, y que luego se quede en silencio, esperando en calma y haciendo un completo vacío interior, esta persona recibirá una respuesta. La respuesta vendrá en forma de un estado interior que es distinto del estado personal propio de cualquier momento de su vida. Un estado en el que aparece como una calma de un orden más profundo, o una paz que tiene solidez, o una luminosidad, o una alegría, o una libertad y ligereza interior, y que puede traducirse físicamente en una respiración espontánea más profunda. Este estado tiene un «sabor» enteramente distinto de lo que nosotros podemos vivir por nuestro propio esfuerzo; es algo que nosotros nunca podremos fabricar. Es algo que puede ser muy suave, pero tiene el sello de una calidad Superior. Esta paz, este silencio, esta calma, esta fuerza, esta luminosidad, esta libertad que nos viene, marca el momento de un cambio total, de una orientación distinta en toda nuestra vida.
En aquel momento yo tengo la certeza de que Dios establece un contacto directo conmigo, con mi conciencia. Entonces ya no soy yo solo que estoy tratando de relacionarme con las personas, con las circunstancias o con Dios; en aquel momento siento que hay una Inteligencia, que hay un Amor, que hay una mano que me conduce, que me empuja.
Éste es el instante más solemne de la experiencia interior. Y esta experiencia viene de una manera inevitable cuando se pone toda la sinceridad y se está a la espera. Siempre hay respuesta. La respuesta podrá ser sutil, no aparatosa, pero siempre la habrá porque Dios está siempre presente y lo único que obstruye esta Presencia vívida es que nosotros estamos cerrados en nuestros circuitos mentales y emocionales. En el momento en que nosotros abrimos una brecha mediante nuestra aspiración y nuestra demanda, y mantenemos la brecha abierta mediante nuestro silencio, en este mismo momento, de una manera inevitable, viene lo Superior hacia lo inferior.
Antonio Blay Fontcuberta. Transcripción de una grabación para un curso de “alumnos antiguos”. Fecha y lugar desconocidos.