La respuesta

Toda persona que haga una oración sincera dirigida a Dios -tal como intuya a ese Dios-, diciendo todo lo que tiene dentro, y que luego se quede en silencio, esperando en calma y haciendo un completo vacío interior, esta persona recibirá una respuesta.

     La respuesta vendrá en forma de un estado interior que es distinto del estado personal propio de cualquier momento de su vida. Un estado en el que aparece como una calma de un orden más profundo, o una paz que tiene solidez, o una luminosidad, o una alegría, o una libertad y ligereza interior, y que puede traducirse físicamente en una respiración espontánea más profunda. Este estado tiene un «sabor» enteramente distinto de lo que nosotros podemos vivir por nuestro propio esfuerzo; es algo que nosotros nunca podremos fabricar. Es algo que puede ser muy suave, pero tiene el sello de una calidad Superior. Esta paz, este silencio, esta calma, esta fuerza, esta luminosidad, esta libertad que nos viene, marca el momento de un cambio total, de una orientación distinta en toda nuestra vida.

 

     En aquel momento yo tengo la certeza de que Dios establece un contacto directo conmigo, con mi conciencia. Entonces ya no soy yo solo que estoy tratando de relacionarme con las personas, con las circunstancias o con Dios; en aquel momento siento que hay una Inteligencia, que hay un Amor, que hay una mano que me conduce, que me empuja.

 

     Éste es el instante más solemne de la experiencia interior. Y esta experiencia viene de una manera inevitable cuando se pone toda la sinceridad y se está a la espera. Siempre hay respuesta. La respuesta podrá ser sutil, no aparatosa, pero siempre la habrá porque Dios está siempre presente y lo único que obstruye esta Presencia vívida es que nosotros estamos cerrados en nuestros circuitos mentales y emocionales. En el momento en que nosotros abrimos una brecha mediante nuestra aspiración y nuestra demanda, y mantenemos la brecha abierta mediante nuestro silencio, en este mismo momento, de una manera inevitable, viene lo Superior hacia lo inferior.

 

     Entonces comienza la verdadera vida espiritual, pues me doy cuenta de que ya no soy yo quien vivo, de que no soy una unidad aislada enfrentada a la vida, enfrentada a los demás, sino que esa Realidad que intuía y a la que he aspirado de muchas maneras empieza a aparecer en mi propia experiencia. Por sutil, por suave que sea al principio, la calidad que trae consigo es testimonio de que viene de una zona mucho más alta.

 

     Nadie está excluido de esta experiencia, es nuestro patrimonio. Las enseñanzas de todos los maestros testifican lo mismo; también Jesucristo a través del mensaje del Evangelio nos invita a esta experiencia: «pedid y recibiréis»; «buscad primero el Reino de los Cielos y todo lo demás os será dado por añadidura»; «cuando quieras orar, entra en tu cámara, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre; y tu Padre, que ve en el secreto, te recompensará»; «todo lo que pidierais en mi nombre os será dado» Todo el Evangelio es una reiteración de la prioridad absoluta de este contacto con Dios y del descubrimiento de Su Presencia activa, viviente en nosotros: «el Reino de los Cielos está dentro de vosotros».

 

Antonio Blay Fontcuberta. “Personalidad y niveles superiores de conciencia”.  1991  Ed. INDIGO

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio