«…Pues habiendo comenzado, como hemos supuesto, por una edad simbólica, por una edad en la que el hombre percibía detrás de toda vida una gran Realidad que él buscaba a través de los símbolos, el ciclo social llegará a una edad en la que el hombre comenzará a vivir en esa Realidad, no ya a través del símbolo, ni por el poder del tipo o de la convención o de la razón individual y la voluntad intelectual, sino en su naturaleza más alta, que será la naturaleza misma de esta Realidad configurada plenamente en las condiciones -no necesariamente las mismas que ahora- de la existencia terrena…»
…Es este Reino de Dios en el interior, este descubrimiento de Dios en nosotros mismos y no en algún cielo lejano, lo que expresaría y representaría exteriormente el estado de la sociedad en una Edad de la Verdad o edad espiritual.
En consecuencia, una sociedad que hubiera ya comenzado a espiritualizarse, haría ya de la revelación y la realización del Ser divino en el hombre el objetivo primordial de todas sus actividades, de su educación, su conocimiento, su ciencia, su ética, su arte, su estructura económica y política. La educación sería, en una cierta medida, como la educación cultural de las clases superiores en la antigua época védica. Abarcaría todo el conocimiento, pero toda su orientación y su finalidad y el espíritu que la informaría, no serían solo la eficiencia material, sino esta revelación y esta realización de nuestro ser-esencial. Una sociedad espiritualizada cultivaría las ciencias físicas y las ciencias psíquicas, no simplemente para conocer el mundo y los procesos de la Naturaleza, y usarlos luego con fines humanos materiales, sino para conocer al Divino en el mundo, conocerlo a través de todas las cosas, en todas las cosas, por encima y por debajo de todas las cosas, para conocer los caminos del Espíritu en las formas que lo velan y detrás de ellas. La ética no tendría por finalidad la promulgación de unas normas de conducta a modo de complemento o correctivo parcial de la ley social -una ley social que, después de todo, no es más que el ordenamiento a menudo torpe e ignorante de la masa bípeda, del rebaño humano-, sino la revelación y el desarrollo de la naturaleza divina en el hombre. En cuanto al arte, la sociedad espiritualizada no le asignaría como única misión la representación de imágenes del mundo objetivo y del mundo subjetivo, sino la de contemplar estos mundos con la visión significativa y creadora que traspasa las apariencias y revelan la Verdad y la Belleza, cuyas formas o apariencias, cuyos símbolos o imágenes significativas, son las cosas visibles e invisibles.
En su sociología, una sociedad espiritualizada no trataría a los individuos, desde el santo al criminal, como simples unidades de un problema social que hay que engranar en una máquina hábilmente diseñada e igualar a la fuerza en el seno del molde social o trituradas y expulsadas de él, sino como almas sufrientes apresadas en una red y que han de ser rescatadas, almas en crecimiento que hay que ayudar a crecer, y, por último, almas desarrolladas que pueden ofrecer su ayuda y su fuerza a espíritus menores todavía adolescentes.
El objetivo de su economía no sería la creación de unas formidables estructuras productivas basadas en la cooperación o en la competencia, sino proporcionar a los hombres -no solo a algunos, sino a todos, y a cada uno según su más alta medida posible- el gozo de un trabajo acorde con su naturaleza particular y tiempo libre para el desarrollo de su ser interior, así como una vida sencillamente acomodada y hermosa para todos.
En su política, no contemplaría las naciones, en el ámbito de su vida interna, como enormes máquinas estatales, disciplinadas y acorazadas, en las que el hombre debe vivir para el bien de la máquina y adorarla como su Dios o su yo más grande, dispuesto a matar a los demás sobre su altar o a derramar allí su propia sangre para que la máquina pueda mantenerse intacta y poderosa y se haga cada vez más grande, más compleja, más pesada, más mecánicamente eficiente e integrada. Ni consideraría tampoco a estas naciones o Estados, en sus relaciones exteriores, como gigantescos mecanismos nocivos predestinados a emponzoñarse recíprocamente en tiempos de paz y a precipitarse sobre las huestes armadas y las multitudes desarmadas de las otras naciones en tiempos de guerra, repletos de municiones mortíferas y de hombres con la misión de matar como tanques hostiles en un campo de batalla moderno.
Para ella, los pueblos serían almas colectivas, la Divinidad escondida en las colectividades humanas y que se ha de autodescubrir en ellas; y estas almas colectivas estarían destinadas, al igual que los individuos, a crecer según su naturaleza propia y, por este mismo proceso de crecimiento, a ayudarse los unos a los otros y ayudar a toda la especie humana en la misma tarea común de toda la humanidad. Y esta tarea sería la de descubrir el Ser-Esencial divino en el individuo y en la colectividad, y realizar espiritual, mental, vital y materialmente sus posibilidades más altas, más amplias, más ricas y más profundas, tanto en la vida interior de los hombres como en su acción y naturaleza exteriores.
Sri Aurobindo “El ciclo humano” 1971. Selección del cap. XVIII. “Condiciones para el advenimiento de una edad espiritual”. Publicado y traducido en 2002 por la Fundación Centro Sri Aurobindo, Iborra 20 -08034 Barcelona- Traductores: María Tabuyo y Agustín López. Con su autorización.