La vida como servicio

El trabajo de desarrollo espiritual es trabajo en la medida que conduce, simultáneamente, hacia esas dos realizaciones: mayor profundidad, autenticidad, realización de sí, y mayor inclusividad, participación, integración en todo. Es una profundización y expansión de conciencia simultáneamente. No que una cosa tenga que hacerse a expensas de la otra. En la medida que se actúe de este modo, el trabajo será útil, será correcto, será positivo, será realizador para mí, para los otros. Esto nos dará la medida de la utilidad, de la eficacia de nuestro trabajo.

Por lo tanto, si yo quiero ayudar a una persona, ¿cómo la ayudaré? La ayudaré en la medida que produzca en esa persona una mayor toma de conciencia y una mayor profundización, es decir, una mayor dinamización, actualización de su profundidad, de sus facultades profundas. Pero a condición de que esto consiga también integrarlo, que se sienta junto con los demás, con todo lo demás. Es decir, hemos de mirar primeramente esto en nuestra propia perspectiva individual: porque nosotros difícilmente conseguimos esto, y, si yo no lo consigo en mí, es evidente que no podré comunicarlo a los demás.

Así, pues, será correcta, positiva, cualquier actividad en la medida en que esté destinada a subvenir a las necesidades reales de los demás como individuos y de la sociedad como un todo, y que subvengan a estas necesidades en sus dos aspectos, en el aspecto de mantenimiento, de consolidación, o en el aspecto de desarrollo, de crecimiento.

Por lo tanto, desde un punto de vista espiritual, son falsas, negativas aquellas actividades que tienden a crear necesidades artificiales en los demás, que tienden a separarles de lo que es su verdad, su autenticidad, que tienden a separarles de los otros, de su participación, de su responsabilidad, de su unión con los otros. Es decir, la persona que trabaja interiormente descubre que su vida solamente adquiere sentido como servicio. Antes, su vida exterior tenía un objetivo de conseguir algo, dinero, satisfacción, poder. Después, llega un momento en que su actividad deja de tener este objetivo y se convierte en un medio para expresar su capacidad creadora, su capacidad de hacer, su inteligencia para expresarse en función del todo, para participar de forma que la sociedad marche mejor. Es decir, que llega un momento en que esto tiene el predominio, en que la vida tiene sentido en la medida en que es útil para los demás, en la medida en que es servicio.


Más adelante, incluso esto pierde sentido, porque uno va realizando que el hacer o el no hacer nunca es de uno mismo, nunca depende de uno mismo.

[…]

A esto se llega en la medida en que uno va viviendo este hacer de un modo más profundo, hasta llegar a la fuente. Pero si uno pretende ahora llegar y dice simplemente: «No, yo no hago nada, dejo que las cosas pasen», todo esto es falso. Pues lo que uno hace es un prohibirse hacer, lo cual ya es un hacer. Aquí hay una afirmación de lo personal, que es precisamente lo que no ha de haber cuando las cosas funcionan bien.


Antonio Blay Foncuberta. «Caminos de autorrealización (Yoga superior)». Tomo III «La integración con la realidad exterior». Editorial Cedel. 1983.

Imagen Pixabay

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