Necesidad de dejar a un lado ideas preconcebidas y prejuicios

En cuanto a la idea de que esto pueda representar una valoración personal, conviene que se vea muy claro que cuanto más vivimos interiormente, cuanto más ahondamos en la naturaleza de la realidad interior, más vamos descubriendo que lo intrínsecamente bueno, lo que es real, absolutamente todas las cualidades, proceden de esta Realidad Central que se expresa a través del Yo.

Proceden de Dios, del Absoluto. Son expresión del Absoluto, y en ningún caso deben atribuirse a la personalidad humana, al yo– idea, a fulanito de tal. Cuanto más uno descubre esto de un modo experimental, más se da cuenta de que lo personal no tiene substancialidad. Descubre que lo personal es simplemente un modo funcional, una estructura transitoria que utiliza esta Inteligencia Superior para expresarse, que en si no tiene una vigencia, una permanencia, una realidad consistente. Esto es similar a lo que ocurre con la cresta de una ola, que durante un instante parece tener una naturaleza propia, pero que al momento siguiente queda diluida en el mar, que es su verdadera realidad. Desaparece en el tiempo y el espacio.
  Por lo tanto, de ninguna manera cabe atribuir a lo personal lo que corresponde a lo superior. Precisamente, la presencia de lo Superior es testimonio de la relatividad, de la dependencia total de lo personal. Digo esto porque hay personas que se han formado la idea, y en algunos aspectos se les ha ayudado a ello, de que si una persona vive lo espiritual, por este motivo ha de ser necesariamente muy perfecta, superior a las demás. Esto es completamente erróneo. Lo único que es superior es lo superior. La personalidad es solamente un canal de expresión de ese superior, y cuanto más funciona lo superior, más se descubre que es la verdadera raíz de lo personal. Por lo tanto, no cabe, ni es correcto, buscar perfecciones en lo personal. La única perfección posible es permitir que lo perfecto se exprese de un modo más libre. Es perfectamente compatible el que una persona viva una experiencia superior y que al mismo tiempo esta persona siga funcionando con muchos defectos, con muchas deficiencias; porque esto es lo natural, lo normal.
  En la medida que tenemos conciencia de nosotros mismos como personalidad, como fulanitos de tal, necesariamente somos no sólo limitados, sino imperfectos. Estamos llenos de deficiencias, de vacíos, de problemas, de altibajos. Porque no está en la naturaleza de las cosas que la personalidad sea algo subsistente, algo sólido. Así, pues, nunca en ningún caso, podemos divinizar esa personalidad, ni permitir que lo personal utilice lo superior para resaltar su importancia. Lo importante está en la Realidad. En el Yo espiritual. En Dios. Está en ese Absoluto, y eso es lo único Real. Cuanto más se vive esto, menos importancia tiene todo lo personal. No es que se le quite importancia. Es que se descubre que es, en si, no– importante, no–real. Que es sólo aparente.
  Hablo así no sólo porque no deseo presentar en absoluto una patente de ningún grado de perfección personal, sino también con objeto de que sirva de punto de referencia para el propio trabajo individual. Diré, de paso, que soy consciente de muchas deficiencias, en todos los aspectos, externos e internos, de mi personalidad.
  Nadie debe preocuparse demasiado de si es más o menos perfecto. De si se perfecciona más o se perfecciona menos. No interesa; no tiene sentido buscar la perfección en su sentido elevado a través de la personalidad. Lo único que tiene sentido es abrirse a lo perfecto, llegar a centrarse en lo que es el Centro. Cuando esto se hace así, se comprende muy bien aquel episodio del Evangelio, cuando alguien se acerca a Jesús y le dice: “Maestro bueno…”, y Él, lo primero que responde es: “Sólo Dios es bueno”. Esto lo dice Jesús, y es literalmente cierto. No es un problema de modestia o humildad. Es literalmente cierto. Sólo Dios es bueno, porque Dios es la Bondad. La única Bondad, la única Realidad que existe. Por lo tanto, toda cualidad posible solamente es y procede y se mantiene en Dios.
  Nuestra personalidad es un vehículo de expresión y nada más. No cabe el que la personalidad se atribuya, en si, ninguna perfección. Es contradictorio, absurdo. Esto está claramente expresado en el Evangelio, cuando San Juan Bautista dice:”Es preciso que Él crezca y que yo mengüe”. Esa es la función de la personalidad. Cada vez nuestro centro ha de estar más centrado en lo Superior, de suerte que el factor puramente personal, circunstancial, vaya siendo para nosotros menos importante. En el fondo, la realización consiste en descubrir qué es lo real. Por lo tanto, nadie, en ningún momento, trate de quererse incorporar y atribuirse en lo personal ninguna perfección. Esto lo único que hace es limitar toda posibilidad de progreso, de crecimiento.
  Yo quería anotar esto porque conozco la tendencia general a idealizar a una persona, cuando ésta habla o da testimonio de ciertas realidades superiores, pretendiendo que esa persona, como tal persona, posee o debería poseer unas cualidades determinadas. Esto no es así. Lo perfecto puede expresarse a través de lo más imperfecto. Y realmente es así. Es como se expresa mejor. Porque cuanto más imperfecto, deliberada o conscientemente, sea el instrumento, más se puede expresar lo perfecto de un modo genuino.
  En el fondo, perfecto o imperfecto es un uso abusivo de los términos, ya que al único a quien es aplicable esa noción de perfecto es a Dios. Al Ser. A la Realidad. Incluso en nuestro lenguaje corriente, debemos evitar esa tendencia a pretender idealizar las personas y a girar alrededor de ellas. No hay que idealizar a nadie. Hay que tratar de descubrir la realidad allí donde está, o, por citar otro texto, “hay que aprender a adorar a Dios en espíritu y en verdad”.
No es ningún problema de personalidad, de localización, de escuela, de nada que dependa de lo personal. Y es en este sentido que yo me siento con entera libertad para hablar, para comunicar una realidad, que, por otra parte, yo no pretendo vivir de un modo perfecto ni permanente, pero de las que puedo dar testimonio de que son así, porque se expresan, se manifiestan así, y, además, porque tengo la absoluta convicción de que están al alcance de todos los que sienten esta aspiración. No es tampoco una cuestión de privilegios. Es simplemente un problema de dejar paso libre a esta expresión de lo Real. Nada más.

Caminos de Autorrealización. Tomo II

 

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