La oración personal

La oración personal consiste en que yo dé expresión de un modo directo a mi aspiración de acercamiento y de participación en lo divino. La oración no es una práctica que deba ser hecha por obligación. La oración no es un deber. La oración tiene muy poco que ver con la moral, en el sentido que estamos hablando nosotros. Tiene muy poco que ver con normas, iglesias o grupos que poseen su propia ética, sus propias reglas. En el sentido en que estamos hablando, la oración no guarda relación con ninguna obligación moral, ni siquiera con el bien o el mal. La oración es la sinceridad, el dar salida de un modo consciente, claro, abierto, total, incondicionado a esa demanda que hay en mí de lo divino.

La oración es que yo exprese, que yo me ponga en contacto, o que trate de ponerme en contacto, con este Dios, con ese Absoluto, con este Todo al que aspiro, y que, de un modo u otro, exprese yo esa demanda. La oración es una exclamación de mi verdad, de mi sinceridad. Por tanto, nada tiene que ver con las fórmulas, con las prácticas estereotipadas, aunque, en la práctica, las fórmulas, reglas y prácticas puedan verificarse mediante un auténtico espíritu de oración. 

El éxito en la oración, y al hablar de éxito queremos significar que la oración nos ayude de un modo eficaz al resultado que buscamos, depende de unos factores que ya hemos enunciado en varias ocasiones:

En primer lugar que yo me sitúe ante Dios con la máxima noción de claridad y de realidad respecto a Él, que trate de evocar en mí toda la fuerza de aspiración que hay hacia Él, para que sea capaz de intuirlo, para que esté todo presente ante mí. Que yo me dé cuenta del Ser a quien me estoy dirigiendo, que esté lo más clara y realmente posible la idea de Dios como objeto. De la claridad y realidad de Dios para mí dependerá el que yo viva la situación de un modo realmente trascendental, o solamente de un modo intrascendente. En otro momento dijimos que, cuando estamos ante un espectáculo que se sale de lo corriente, también nuestra movilización interna está por encima de lo normal. Cada vez que nosotros tratamos de situarnos conscientemente ante Dios, ante lo absoluto, estamos ciertamente ante algo muy por encima de nuestra experiencia normal. Esto dependerá del realismo, de la claridad con la que yo sea capaz de darme cuenta de la noción de Dios. De esa claridad y de esa realidad surgirá, sin esfuerzo alguno, mi reacción profunda.

El segundo requisito es que yo sea realmente Yo, que yo sea Yo en mis dos aspectos fundamentales: yo como personalidad integrada, como conciencia del cuerpo y de sus funciones, como conciencia afectiva, intelectual, con toda mi experiencia, con todo lo que he desarrollado en mi vivir cotidiano. Que yo sea esa conciencia actual y total de mí, ese yo pleno, verdadero, que para mí es verdadero en la vida diaria. Que sea todo eso en el momento de la oración y que, luego, yo trate de vivir, de evocar la intuición más profunda que tengo de mí mismo como sujeto centrado. Es decir, Yo como ser centrado, y Yo como personalidad. De la claridad y realidad de estos dos elementos surgirá la relación espontánea y total transformante. 

La oración nunca debería ser una mera exclamación interior. Cuando la oración surge solamente de mis exclamaciones, de mis deseos, de mis anhelos o de mis demandas es que yo vivo más la realidad de mi personalidad que la realidad de Dios. Cuando, en un momento dado, yo quedo maravillado ante la intuición o ante la percepción real que se abre ante mí, del poder, bondad, grandeza y belleza de Dios, cuando yo me quedo quieto, mudo, silencioso, es que predomina más la conciencia de Dios que la conciencia de mí. No obstante, tanto en un caso como en otro, el proceso es incompleto. Hay unos instantes más sobresalientes, unos momentos cumbres que son revolucionarios, que son transformantes. Y esos momentos son aquellos en los que coincide la máxima actualización del Yo con la máxima actualización del no-yo, o Absoluto, que es Dios. Cuando yo puedo situarme todo yo ante Dios del todo es inevitable que surja una experiencia transformante. Yo no puedo salir de la oración tal como he entrado. Salgo totalmente otro, y no porque salga consolado, tranquilo, feliz, sino porque hay una revolución en mi conciencia interna, una revolución efectiva en la verdad más profunda de mí, del yo y del Dios en una sola experiencia.

La oración debería ser siempre absolutamente revolucionaria. En la medida en que no lo es, nos indica que estamos viviendo solamente en uno de los polos. Y que incluso ese uno lo vivimos también de un modo parcial.

Examinemos nuestra oración y démonos cuenta da qué es lo que le falta, dedicándonos a trabajar de un modo deliberado, sistemático, controlado en aquello que le falta para producir esa actualización simultánea de todo yo y de Dios del todo. 

 

Texto extraído de la obra de Antonio Blay, «Caminos de Autorrealización, Tomo II, La intregración trascendente». Editorial Cedel, 1982

2 comentarios en “La oración personal”

  1. Cuando hace un par de meses, Jordi nos comenzó a mandar escritos sobre la oración, me costo comprender que quería decir con eso de «no pretender nada», de «no hacer nada». Cuando lo vi, comprendi que es un gesto natural, espontaneo, y como mucho entregas ese momento tal cual es, y solo has de permanecer abierto, consciente. Dios en ti y tu en Dios; es realmente cuando empiezas a saber lo que es la oración y a incorporarla a tu dia a dia

  2. «No pretender nada», «no hacer nada», es como decirle a un pájaro que no vuele; es lo primero que pienso cuando veo la evolución de la mente de una cosa a otra y vuelta a empezar. Pero no me rindo, porque mi anhelo de experimentarlo y experimentarme a mí puede más que un vuelo, retomo el día, me miro desde el recuerdo, me he dormido dos veces y he despertado de súbito cuando me veía en una pesadilla…vaya, ya no me soporto dormida, qué asco que da los mismos esquemas que no van a ninguna parte…et voilà! Hoy me siento en silencio a ofrecer el sentimiento de libertad que me produjo darme cuenta de que dormía y surge en el silencio un espacio que ahora es chico pero supongo que se puede ir haciendo grande; donde yo no siento donde termino Yo y donde empieza Dios…aunque no sé si Blay se refería a esto. La oración, el centramiento, llega a ser una droga por la ausencia de teoría, no todo el mundo se para a experimentar a Dios y a experimentarse a uno mismo, es la acción la que va engrandeciendo y enriqueciendo hasta derribar muchas etiquetas…yo al menos lo vivo como unificación. ¿Cómo lo vivís los demás?

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