Oriente, Occidente y espiritualidad 

Es realmente ingente la labor que está llevando a cabo Occidente en orden a conseguir el conocimiento preciso y el acabado dominio del mundo que le rodea.

Pero donde más débil está este edificio de nuestra cultura es precisamente en el conocimiento de la mente y de las fuerzas y estados del alma. En el conocimiento y el dominio de sí mismo. Es sobre esto que han llamado la atención pública repetidas veces eminentes personajes representativos de nuestra sociedad. Es esto lo que nuestra civilización está pidiendo angustiosamente para salvar su equilibrio, que es tanto como salvar su supervivencia.

Y es esto, ni más ni menos lo que Oriente nos puede ofrecer. No una cultura, una filosofía, una religión. Sino la ciencia de la vida interior, la ciencia de los estados internos, la ciencia del alma.

El hombre occidental ha tomado plena conciencia y ha alcanzado un dominio notable sobre el aspecto material de sí mismo y de la Naturaleza. Pero le falta descubrir su mundo interior, le falta aprender a sondear con su mente, directamente y con pleno dominio, estos mundos interiores, tanto o más vivos y tanto o más fructíferos que el mundo exterior que le rodea físicamente.

Dentro de una perspectiva horizontal, el hombre tiene una dimensión exterior y una dimensión interior. Para que el desarrollo de su personalidad sea completo, es preciso que su conciencia despierte totalmente en ambas direcciones. En este sentido, es capital para Oriente descubrir la dimensión exterior del hombre, y ésta es la labor que ha iniciado estos últimos años, como lo es para Occidente descubrir la dimensión interior. Es necesario que el hombre desarrolle por completo su conciencia, lo cual sólo es posible si se abre en todas las direcciones. Así, comprender el Oriente significa para el hombre de Occidente, acabarse de comprender a sí mismo.

Y llegamos al tema de la espiritualidad. En un sentido amplio, es evidente que la experiencia de Oriente es eminentemente espiritual. Pero se ha de ir con cuidado. No hay que confundir conceptos por manejar palabras que tienen diversas acepciones. La actividad del Oriente es espiritual en el sentido de que se contrapone a la actividad eminentemente material de Occidente. Sería más adecuado hablar tan solo de actividad exterior y de actividad interior, de no utilizar palabras que tienen un significado de valor ético. A nuestro entender, la espiritualidad, en su sentido estricto, es algo que está más allá de toda posible distinción topográfica, física o psíquica. 

Antes hemos dicho que el hombre tiene dos dimensiones: una exterior y otra interior. Bien, ahora deberemos añadir que el hombre tiene además una dimensión trascendente. Es esta dimensión trascendente lo genuinamente espiritual. Es la sede del principio espiritual del alma, cuyas sublimes facultades –amor, intelecto, voluntad- tienen a Dios por único objeto adecuado. Y es por esto que la espiritualidad no está en Oriente más que en Occidente, porque lo espiritual no está ubicado en ningún lugar, aunque pueda expresarse en cualquier lugar. La espiritualidad genuina es algo que está más allá del mundo exterior y del mundo interior. El mundo espiritual auténtico se encuentra precisamente donde termina el mundo psíquico interior. Lo espiritual, lo trascendente, es el principio de todo cuanto llamamos interior y exterior en el hombre. Y allí donde acaba el hombre, allí empieza Dios. 

Es esta noción, a la vez inmanente y trascendente de Dios, la que no debe ser olvidada en ningún momento para evitar errores y confusiones. A Dios no se llega por ninguna técnica. Toda técnica posible, por ser acción del hombre, indica precisamente el límite de su actuar y de su ser. A Dios no se llega: se le recibe. 

Dios desciende hacia el hombre por un acto libre y soberano de su Amor y de su Voluntad, del mismo modo que un día descendió a la Tierra, y precisamente, no lo olvidemos, en un punto medio entre Oriente y Occidente, en Palestina, desde donde, con los brazos abiertos, invitó a todos cuantos quisieron oírle y comprenderle, tanto de Oriente como de Occidente, para que adoraran al Padre en espíritu y en verdad… 

Antonio Blay Fontcuberta. “Hatha-Yoga”. Editorial Iberia, S.A. Barcelona. 1960. 

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