Serie de reflexiones sobre la ponencia del III Congreso de ADCA «el compromiso esencial». Decimocuarta entrega: «¿PARA MÍ, O PARA TODOS?»

Séneca, De Harvey Barrison from Massapequa, NY, USA - Córdoba_2015 10 23_2668, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimediWikipedia. a.org/w/index.php?curid=74226067

«Según Séneca la naturaleza es Dios y Dios está en la naturaleza, y el hombre, gracias al don particular de la razón que le es propio, está capacitado para penetrar la naturaleza y discernir las leyes divinas que le son inherentes. Además muestra que la razón divina puede ser percibida más claramente en el hombre que se mantiene firme y calmado en períodos de turbulencia.

En su consciencia el hombre tiene el guía infalible en su actuar. Pero por encima de esta consciencia se encuentra, como autoridad última, la divinidad que nos la ha dado para ser nuestro guardián, la divinidad a la cual debemos nuestra vida, ante la cual somos responsables, y a la que no escapa acontecimiento alguno.

Quizás la cuestión está en dilucidar cuál es nuestro protagonismo en esta conciencia.  Lo que no aparece en esta perspectiva es ningún propósito de castigarnos si no nos comportamos de una determinada manera. La pena se limita en todo caso al hecho de no disfrutar del privilegio que supone la conciencia, pero en ningún caso se habla de una realidad trascendente, más allá de los sentidos.»

No parece inadecuado considerar que estamos viviendo en tiempos de turbulencia, aunque probablemente en todas las épocas ha habido motivos para verlo así. El caso es que nosotros hemos decidido considerar las dificultades propias de nuestro tiempo como un estímulo para la actualización del potencial de inteligencia, amor y energía que somos. Y esto, por sí solo, nos lleva a mantenernos firmes y calmados, tal como Séneca aconsejaba.

     

     La actualización del potencial nos hace experimentar y comprender nuestra naturaleza y constatar las leyes divinas como un orden que se expresa en nostros mismos, no como una imposición. Y el hecho de vivir y actuar desde la conciencia se nos aparece como un deber en el sentido estoico: el deber de actuar como seres humanos. Es un deber que se vive como privilegio, no como obligación, porque la conciencia implica libertad. Así que podemos actuar de un modo lúcido, amable y útil para la comunidad, pero tambiém de forma egoísta, exclusivamente interesados en nuestro bienestar personal.

     

     Pero luego hemos de soportar las consecuencias de nuestros actos y la incidencia que tienen en el colectivo. No solo de aquello que hemos aportado nosotros personalmente sino de cuanto aportan los demás, tanto de positivo como de negativo. Por virtuosos que seamos personalmente no podemos eludir las consecuencias de comportamientos inadecuados de terceros. Porque esto es inherente a esta ley natural que hace del ser humano un ser social.

     

     Imaginar que en la otra vida los que piensan como nosotros recibirán un premio y los demás un castigo es impropio del Amor que somos y del mensaje del Evangelio que nos propone amar a nuestros enemigos. El hecho es que no se puede ser feliz cuando se tienen enemigos. Adversarios quizás tengamos, porque a veces no podemos impedir que luchen contra nuestros propósitos, pero verlos como enemigos es una decisión personal de cada uno.

     

     El caso es que el malestar emocional que sentimos cuando nuestra mente nos impide vivir la unidad a la que aspira la conciencia, revela la presencia de esta divinidad a la que no se le escapa nada. Afortunadamente.    

Imagen: Séneca. De Harvey Barrison from Massapequa, NY, USA – Córdoba_2015 10 23_2668, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=74226067    

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