La experiencia de un suceso, totalmente insólito, inesperado y aparentemente ofensivo, me hizo replantear mi responsabilidad en los acontecimientos.
Al principio me preguntaba por qué había sucedido. Miraba en el otro, las razones, las reacciones, las causas, los prejuicios, las experiencias colaterales, los miedos y los malentendidos inherentes a algunas relaciones.
A pesar de comprender los motivos de modo más objetivo y obtener un alivio, me faltaba paz. Era como seguir atada al recuerdo, y aunque este no tenía un contenido emocional que implicara un comportamiento reactivo, me sometía a una atadura negativa inevitable. Creo que lo que rechazamos, lo que nos duele, aunque sea levemente, nos somete. No podemos desprendernos de ello. Ante el malestar producido por esta concienciación, seguí manteniendo las pantallas abiertas para vislumbrar qué revelación podía transformarse en paz.
Sin embargo, la revelación la tuve cuando estuve frente a la persona. La vi resplandeciente de Vida, con una vibración peculiar maravillosa, sin pensamientos sobre ella. Era como si se hubiera parado el tiempo y no existiera ningún referente más que la propia vida que me regalaba. Acogí esta presencia y entonces se liberaron las ataduras. Hubo un reconocimiento de amor y de luz en la presencia del otro, que a la vez estaba unida a la mía.
En la galería de ofensas aguardaban toda suerte de sinsabores. No importaba qué motivos habían promovido el acontecer. Si habían sido los personajes, las fricciones de las personalidades, o los niños inconscientes. Simplemente se había producido un evento y éste era una gran ocasión para mirar las partes en juego de cada uno. Y entonces vi, que era un reto mirar mi responsabilidad en el asunto, puesto que vi la inutilidad de decirle al otro lo que debe reflexionar y lo que debe hacer. Lo realmente cierto es que no debo olvidarme de mí. Aún en el supuesto que vea cosas del otro, y sean ciertas, no puedo cambiar con la razón su manera de ver las cosas y menos decidir por él. Por otra parte sí que puedo decidir qué hago yo, cómo me comporto, que le digo y cómo lo veo. Si hago una conexión de fondo a fondo, la paz es inmediata y no hay nada que objetar respecto al agravio, porque en el fondo éste no existe. Lo experimenté realmente, y comprendí lo que previamente había sido un concepto.
Me di cuenta, que en cada uno de los protagonistas de la galería había una parte inacabada de concienciar de las experiencias personales. Unos representaban el miedo a decidir, a salir de la sujeción a lo establecido. Otros, el control de las maneras de hacer. Finalmente el más duro, la herida inconsciente.
Todos me estaban llamando la atención. Todos señalaban una cuestión que creía era del otro. Todo era igualmente uno, aunque se tratara del plano psicológico. Cuando lo he comprendido, he tenido una gran recompensa: la reconciliación real con cada uno de ellos y conmigo. La reconciliación es tan gozosa, tan compartida, tan inmediata, que ha hecho evidente que antes de ella tenía un problema. Un problema de rechazo que yo no quería tener, pero que estaba allí, clavado en el recuerdo. Cada vez que veía la persona, la veía con el recuerdo interpuesto, no era consciente de mí misma y no la veía a ella como presencia.
Y ahí está el Sujeto de la cuestión, porque en el fondo somos una sola Presencia. De ahí el sincronismo de la respuesta.
Querida Rosa, es difícil entender lo que dices sin saber la experiencia concreta de lo que sucedió. Entiendo que la omitas por razones obvias. Pero es tan bonito y me siento tan en sintonía cuando cuentas: la revelación la tuve cuando estuve frente a la persona…Acogí esta presencia y entonces se liberaron las ataduras.
Gracias
Me ha parecido muy hermosa esta última frase con la que cierras el artículo; “Y ahí está el Sujeto de la cuestión, porque en el fondo somos una sola Presencia. De ahí el sincronismo de la respuesta” cuando actuamos desde el fondo de lo que somos no hay nada que perdonar porque no hay ofensa posible, gracias Rosa.
Me he sentido identificada con tu artículo porque en ocasiones tengo esa misma sensación que describes en relación a una persona o a una situación: hay algo que hace que cuando estoy frente a ella se desencadenen en mí unos mecanismos automáticos o inconscientes de rechazo o malestar. Recientemente he pasado por este proceso. En el momento en que pude despertar y contemplar la realidad de manera global, percibiendo la unidad, la totalidad, he sabido que todo está bien; he comprendido, he visto. Sobre todo he sido consciente de mí, he conectado con la esencia. Ha sido entonces cuando realmente me he dado cuenta del peso que me estaba suponiendo esta situación, del sobreesfuerzo que requería cada vez que me enfrentaba a ella, porque no la estaba enfocando desde el Fondo. Ahora, al vivirla despierta, soy capaz de aportar lo que soy y hacerlo desde el Fondo, sin interpretaciones, poniendo las capacidades que soy al servicio de lo que hago. De esta manera lo que hago es mucho más real. Lo que ha cambiado es el punto de referencia desde el que estoy viviendo la experiencia; este punto de referencia ahora soy yo. La libertad que proporciona esta vivencia es inmensa.