Para actuar en la realidad de un modo creativo y eficaz es indispensable actualizar los tres potenciales: inteligencia, amor y energía. Y debe hacerse por este orden: primero estudiar la realidad y hacernos una imagen lo más completa posible de aquello sobre lo cual queremos actuar, a continuación tener la voluntad necesaria para llevar a cabo lo imaginado convencidos de que va a representar una mejora de todas las personas que se verán afectadas y finalmente poner en marcha los cambios, aplicando la fuerza necesaria para superar la inercia que toda realidad presenta cuando la intentamos modificar.
Así que solo podemos comentar los sucesos que estamos viviendo estos últimos tiempos en términos de perplejidad:
La realidad de la que se parte es la de una comunidad enfrentada por un desacuerdo político, pero la imagen sobre la que se trabaja niega simplemente una de las partes, la parte que discrepa de la estructura legal que regula la convivencia o de cómo se interpreta. Esta negación pretende resolver el problema político negando su existencia. Aquí podríamos terminar el artículo con la frase “apaga y vámonos” si no fuera porque está prohibido marcharse y parece obligado permanecer en la oscuridad.
Bueno, a falta de inteligencia, se pretende resolver la cuestión con moralidad: ya sabemos que el amor se manifiesta con emociones positivas y negativas. Así que si la mente rechaza una parte de la realidad el amor se siente obligado a condenarla con el objetivo de sanar el colectivo. Ahí interviene la justicia al servicio en este caso de la ausencia de ideas, y claro, el resultado es una condena que tiene por objetivo escarmentar y amedrentar nada menos que a dos millones de personas. Pretender que esto contribuirá a defender la unidad es algo incomprensible incluso para la fe del carbonero.
Y claro, resulta que estos dos millones de personas condenadas no aceptan el papel de malos de la película, mientras que la cotización de los partidos supuestamente partidarios de la unidad asciende conforme proponen medidas adicionales de castigo y anulación de los pocos derechos que los supuestos malvados mantienen y ejercitan protestando por lo que ellos interpretan como un maltrato. Al final, como resultado de tanto despropósito, tenemos una serie de disturbios en las calles que sirven para justificar la imagen de la que se ha partido. Esto es un clásico: en el nivel del personaje las emociones y las reacciones siempre acaban confirmando los prejuicios que los han generado.
La perplejidad se produce al constatar que la falta de solución política ha transformado un conflicto social en una cuestión judicial; y al observar que la falta de justicia lo ha convertido en un tema policial. Por fortuna, los malos asumen la responsabilidad de impedir que la luz se apague del todo ignorando estas “soluciones”: acuden a votar el 1 de octubre y protestan estos días delante de la Prefectura de la policía Nacional en Barcelona. Los que protagonizamos la lucha por las libertades democráticas durante el franquismo, todavía sentimos un nudo en el estómago cuando pasamos por delante de este edificio; así que el hecho de que se atrevan a manifestarse frente a él es señal de que algo hemos avanzado.
No obstante hemos de seguir lamentado que la gente arroje objetos a la policía y que la policía continúe considerando normal apalear a las personas para disolver manifestaciones que, en su mayoría, se resolverían con pocos incidentes si renunciáramos a jugar a este juego de policías y ladrones en versión “la calle es mía”.
Las capacidades de ver, amar y hacer desaparecen en el momento en que hay ideas que se prohíben, propósitos que se declaran ilegales y actos colectivos que pueden acarrear prisión. Siempre ha habido delincuentes que ignoran las leyes y el derecho de los ciudadanos a vivir en paz, pero la semana pasada los alcaldes del 85 por ciento de los municipios catalanes pidieron la libertad de los encarcelados y el retorno de los exiliados. Y no se pueden considerar delincuentes a todos estos alcaldes y a la población que representan.
El obispo de Girona ha pedido inteligencia a la hora de trabajar por la identidad del país y ha concretado que esto debe hacerse desde las propias convicciones personales, respetando las de los demás y asumiendo la voluntad de la mayoría; conscientes de que esto significa cambiar las leyes o profundizar en ellas. Pide que se trate bien a todas las personas, tanto a las próximas como a las más alejadas de nosotros por sus opciones o por su ideología y que no se responda a las descalificaciones con más descalificaciones, valorando la pluralidad y manteniendo el respeto mutuo. Y concluye pidiendo fraternidad y solidaridad con los otros pueblos que configuran el Estado español, la Unión Europea y los ciudadanos del mundo.
Y aquí tenéis otro motivo de perplejidad para el que esto escribe: tener que confesar que las únicas palabras que ha encontrado dignas de reproducir en relación a la actualidad catalana son las del obispo de Girona. No sé si esto habla en favor del obispo o en detrimento de la llamada clase política.
Lo que sobra en medio de esta situación, son las quejas de los particulares que reclaman su derecho a asistir a clase o a circular por las vías que han sido cortadas. Y sobre todo la preocupación por la cantidad de dinero que se va a perder si no se restablece la normalidad. Salvando la preocupación lógica de los comerciantes afectados por los disturbios, ya es hora de denunciar con decisión esta ideología del “come y calla”.
Me parece mentira que yo diga esto, pero estoy de acuerdo con el obispo de Girona, hace falta inteligencia para devolver la política al terreno de la política.
Gracias por el articulo Jordi.
Celebro las palabras del obispo de Girona. Son el fruto de contemplar el conjunto con la implicación de las partes que quieren, piensan y actúan su transformación. Y nos dice las claves: profundizando o cambiando las leyes en un marco fraternal y solidario.
Llama la atención que un artículo leído 244 veces sólo tenga dos comentarios.
El Trabajo nos enseña que ningún conflicto nos debe ser ajeno y éste nos pilla bien cerca, por formar parte de esta comunidad y aunque pueda parecer un simple accidente, porque A. Blay y J. Sapés son de Barcelona. Y el conflicto nos habla de un déficit o un mal funcionamiento del que, como interesados por la autorrealización, debemos ocuparnos, cada uno en su medida.
Coincido con la conclusión de que hay que dialogar con respeto. Entre otras cosas para evitar, como ayer me comentaba una jovencita madrileña de 23 años, catalanoparlante porque su padre es de un pueblecito de Tarragona, que lloró cuando se disolvió el grupo familiar de whatsapp por las diferencias que estamos viviendo.
317 veces se ha leído a día de hoy, cuando faltan cinco para que se acabe el mes. Y han habido 3 comentarios: dos a favor de poner inteligencia y una a favor de poner amor.
¿Y la energía?
Cierto; si no se actualiza la energía cada uno se quedará en su sector tan a gusto y no se trasformará nada.