¿Qué es la muerte? La perspectiva de un místico cristiano 

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[…] Pero hay casos más difíciles, en donde nuestra sabiduría queda por completo desconcertada. Observamos en todo instante, en torno a nosotros, disminuciones [dolor, enfermedad, muerte,…] de esas que no parece que sean compensadas por ninguna ventaja en el plano perceptible. […]

     Sin duda, la destrucción progresiva de nuestro egoísmo por medio de la ampliación de las perspectivas humanas, unida a la espiritualización gradual de nuestros gustos y de nuestras ambiciones bajo la acción de ciertos fracasos, es forma muy real del éxtasis que ha de sustraernos a nosotros mismos para subordinarnos a Dios. Sin embargo, el efecto de este primer desasimiento [de las limitaciones del egoísmo] sólo consiste en llevar el centro de nuestra personalidad hasta los últimos límites de nosotros mismos. Llegados a este punto extremo, podemos tener la impresión de que nos poseemos en grado sumo, más libres y más activos que nunca. […] Es preciso dar un paso más: ese que nos hará perder el pie en nosotros mismos. Todavía no nos hemos perdido. ¿Cuál será el agente de esta transformación definitiva? Precisamente la Muerte.

 

     En sí la Muerte es una debilidad incurable de los seres corporales, complicada en nuestro Mundo por la influencia del pecado original [a pesar de ser una simplificación, se puede cambiar por el Karma, si así se entiende mejor]. La Muerte es el tipo y el resumen de estas disminuciones contra las que nos es preciso luchar sin poder esperar como resultado del combate una victoria personal directa y a la vez inmediata.

 

     Pues bien, el gran triunfo del Creador y del Redentor, en nuestras perspectivas cristianas, es haber transformado en factor esencial de vivificación lo que es en sí una fuerza universal de disminución y de desaparición. Dios, para penetrar definitivamente en nosotros, debe en cierto modo ahondarnos, vaciarnos, hacerse un lugar. Para asimilarnos en él debe manipularnos, refundirnos, romper las moléculas de nuestro ser. La Muerte es la encargada de practicar hasta el fondo de nosotros mismos la abertura requerida. Nos hará experimentar la disociación esperada [disociación en el sentido de liberación de los límites que impone la materia, el cuerpo]. Nos pondrá en el estado orgánico que se requiere para que penetre en nosotros el Fuego divino. Y así, su poder nefasto de descomponer y de disolver se hallará puesto al servicio de la más sublime de las operaciones de la Vida. Lo que era por naturaleza vacío, laguna, retorno a la pluralidad [en el sentido de menor complejidad y mayor desorden en la organización de la materia], puede convertirse, para cada existencia humana, en plenitud y en unidad con Dios.   

 

Teilhard de Chardin. “El medio divino”. Ediciones Taurus. 1967.

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