Serie de reflexiones sobre la ponencia del III Congreso de ADCA «el compromiso esencial». Octava entrega: «COMPRENDER TODO»

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«Así que, desde la perspectiva semítica, todo cuanto existe se expresa en manifestaciones concretas. Así se explica que un Dios se elija un pueblo concreto para manifestar la verdad, que se encarne en una persona determinada, que se tengan en cuenta toda contingencia histórica, geográfica y social. Se realza lo particular como medio de manifestar lo universal. Precisamente esta norma reveladora suele generar el escándalo intelectual. Mas, para la mentalidad semítica los seres particulares y dotados de materia son significativos de universalidad en su creación, su multiplicidad es querida. Nunca son efecto de una degradación o caída como los presenta el modo platónico o neoplatónico, sino expresión de una conquista y de una fecundidad.

Toda la estructura del pensamiento hebreo, desde la mentalidad cristiana, está proyectada y adaptada al misterio de la Encarnación y presupuesta por él desde el principio. Es el tema central que permite comprender toda la visión del mundo, de lo sensible, de la historia, de la inteligibilidad de los elementos, el significado de los hechos históricos. En cambio, desde la perspectiva dual cartesiana la Encarnación es absurda.»

 

     Cuando se habla del amor siempre se cita la unidad. Pero acostumbramos a olvidar otro aspecto del amor tanto o más importante: la diversidad. Si no fuera por la diversidad nosotros no existiríamos. La creación sería algo soso y aburrido, seríamos clones vestidos de uniforme. De hecho, una de las desviaciones frecuentes que sufre la capacidad de amar, deriva de confundir la unidad con la uniformidad.

 

     La creación es maravillosa por la inmensa riqueza de formas que adopta. Solo hay una esencia, pero las personalidades en las que se manifiesta son infinitas. Cada uno de nosotros es un ente único y esto es lo que da sentido a nuestra existencia personal. La indicación divina “creced y multiplicaos” significa: enriqueced la conciencia con nuevas formas que perfeccionen el todo que progresa.

 

     Georg Lucáks aborda el estudio de las formas en su obra: Estética. Lo presenta como el conocimiento de lo particular; en oposición a la Ciencia que es el conocimiento de lo general. Lo general es una abstracción: registra lo que tienen en común las cosas y se desentiende de lo que tienen de específico. Por ejemplo; la ciencia define un vaso como un recipiente que sirve para contener líquidos y acercarlos a la boca facilitando su ingestión. La estética considera el material del que está hecho cada vaso, su forma, su color, el tacto que tiene, su fragilidad etc.; atiende al vaso concreto. Son perspectivas diferentes de la existencia, ambas indispensables: porque una visión exclusivamente científica del mundo lo desvirtúa.

 

     Nuestra esencia no tiene nada que ver con la abstracción resultante de afirmar que todas las cosas son. El Ser no es algo que “tengamos” en común, es nuestro origen: la Energía, la Inteligencia y el Amor que se manifiesta en la forma ser humano. Por eso Dios se define en el Sinaí como: “El que soy” (sujeto); no dice: “lo que soy” (objeto). Sin embargo, se expresa en cada uno de nosotros de distinta manera: con cuerpos y mentes diferentes y con diversos niveles de conciencia.

 

     No nos debe extrañar pues que Dios haya decidido manifestarse en una persona concreta, poseedora de una total conciencia de su realidad esencial divina: Jesucristo. Ni tampoco que lo haya hecho en el seno de un pueblo cuya religión monoteísta se lo facilitaba.

 

     Nuestra tradición religiosa dice que Dios, después de habernos creado a su imagen y semejanza y en vista de la desorientación en que habíamos caído, decidió encarnarse personalmente para recordarnos nuestra naturaleza. ¿Qué tiene esta afirmación de absurda si incluimos al espíritu en este descenso: para que se exprese a través de un cuerpo y de una mente?

 

     Seamos o no creyentes, todos intuimos que nuestro potencial está constreñido y limitado por el modo en que estamos viviendo. Que estamos desorientados es una evidencia y que Jesucristo demostró una altura muy superior al resto de la raza humana también lo es. Nadie que conozca sus palabras y sus hechos puede negar que seguir su ejemplo resolvería la mayor parte de los problemas que arrastra la humanidad. Pero eso no está a nuestro alcance por el solo hecho de haber nacido, precisamos de la ayuda de lo Superior. Así que este descenso se renueva necesariamente para cada uno.

 

     Vale la pena considerarlo. No solo no nos quita nuestra individualidad sino que la potencia más allá de lo que somos capaces de concebir.     

 

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