Respecto a la palabra Dios

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Yo utilizo la palabra Dios. Sé que hoy en día resulta anacrónico hablar de Dios, y especialmente mencionar la palabra Dios. Esto se debe a varias cosas. En primer lugar, la mentalidad general va adquiriendo un tono cada vez más, si no materialista, por lo menos sensorialista. También porque la idea que en general se tenía hasta ahora de Dios ha quedado trastornada por los nuevos conceptos, tanto de la ciencia como, por otro lado, de la misma teología. Asimismo porque las asociaciones emocionales e intelectuales que despierta esta palabra son rechazadas a veces por la persona adulta, porque no encajan con los valores que ella vive en tanto que persona adulta. Y entonces se produce como una especie de incomodidad, y se rechaza en bloque todo lo que parece que va ligado a esa idea de Dios.

 

     Esa idea de Dios lleva aparejada una cierta rigidez, unas ciertas obligaciones, unas estructuras teóricas, unos deberes morales o moralizantes, etc. Incluso dentro de las mismas corrientes de espiritualidad, se nota, desde hace algún tiempo, un cambio; un cambio en el sentido de una espiritualidad no fundamentada ya en un Dios como Ser Trascendente, sino orientada más bien hacia una dimensión inmediatamente horizontal, es decir hacia una labor social. Y, aunque la mayor parte de las personas siguen teniendo la intuición de que existe algo detrás de las cosas, sin embargo, en virtud de la confusión exterior, de la contradicción de ideas, de la dificultad que parece existir en el mundo para aclararse, esta creencia o intuición de que existe un Ser Superior queda, de hecho, como algo pobre, como algo inefectivo, inoperante, en la vida real de las personas.

 

     Cuando yo hablo de Dios, me refiero no a la idea de Dios, no a ningún concepto de Dios, sino a algo que hay detrás de toda la multiplicidad, de todo lo fenoménico, detrás de las apariencias. Es algo que se intuye como Realidad en Sí, como base primordial de todas las cosas. Para mí, no sólo las cosas se están haciendo, se están estructurando, se están desarrollando interna y externamente, sino que hay algo que preexiste a ese desarrollo, a esa actualización o manifestación. Respecto a esta Realidad Trascendente -que es una realidad esencialmente viva, y, por lo tanto, no una categoría puramente teórica o intelectual- aunque, por definición, no podemos tener una idea de lo que es en sí, al menos podemos conocer algunos de sus rasgos, algunas de las características que necesariamente ha de tener. Para mí, ese Dios es, a la vez, personal e impersonal; es inmanente y es trascendente. (Podemos sustituir la palabra Dios por cualquier otra palabra mientras sea representativa, significativa, mientras señale a esa Base, a esa Realidad en Sí. Esto ya es una cuestión individual: cada uno debe buscar una palabra que no despierte antagonismos en sus asociaciones emocionales en lo personal).

 

Dios es personal

 

     Digo, pues, que Dios, para mí, tiene esa naturaleza personal, aunque esto pueda parecer chocante para muchas personas. Yo, en principio, concibo, intuyo al Ser Superior como teniendo todas las características que nosotros percibimos dentro de lo que existe. Pues bien, una de estas características y valores dentro de lo que existe es el valor de la personalidad, en el sentido de constituir una unidad de voluntad, una unidad de inteligencia, una unidad de acción. En este sentido considero que el Ser Trascendente es personal. Para mí, el Ser Trascendente es la Persona única, la Persona Absoluta, de la que todas las cosas son expresión. Para mí, ese ser personal es el verdadero, el único sujeto, el Yo Absoluto.

 

     Entonces, todo lo que existe, el Universo en pleno, es Su personalidad, Su manifestación, Sus vehículos y formas de autoexpresión. Para mí, toda la existencia es una autoexpresión del Ser en Sí (en un sentido muy parecido a lo que podemos concebir en el hombre: una realidad en sí, una realidad central, que es lo que intuimos con el nombre de Yo, y, luego, una múltiple expresión de este yo, a través de la personalidad, desde su mente, su afectividad, su capacidad de asimilación o de reacción respecto al entorno en que vive).

 

 

Dios es impersonal

 

     Para mí, Dios es impersonal en el sentido de que está más allá de las limitaciones de la persona, en el concepto habitual de la palabra persona. Tiene un carácter absoluto respecto a todo y, por lo tanto, podemos verlo también como Base Esencial, como Principio Primordial, como Realidad Total.

 

Dios es inmanente

 

     Dios es inmanente en el sentido de que está en la base, en el centro de todo lo que existe, de que en el fondo es la Realidad en Sí de todo lo que es, sin distinción de personas, o de reinos – mineral, vegetal, etc.-. Todo lo que existe es, en su centro, esta realidad, por el mismo concepto que he dicho anteriormente de que todo lo que existe es la autoexpresión, o la personalidad, del Ser en Sí. Por lo tanto, la última realidad central de todo lo que existe es el Ser. El último sujeto, el único sujeto central detrás de todas las convenciones y todas las estructuras relativas, es el Ser, Dios.

 

Dios es trascendente

 

     Es trascendente en el sentido de que todo lo que existe, toda la creación de la cual El es el sujeto, de la cual El es el autor o protagonista, no afecta sustancialmente a su propia identidad. El es idéntico a sí mismo, sin depender para nada de su acción, de su manifestación. Y, en este sentido, lo podemos intuir, al mismo tiempo, como trascendente e inmanente.

 

Antonio Blay Fontcuberta. Fragmento del libro: “Conciencia, existencia y realización”. Sincronía editorial. 2017

 

 

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