En cuanto al modo de soltarnos…, sólo podremos soltar lo que estamos reteniendo cuando nos vivamos como otra cosa que eso que creemos ser. Mientras uno cree ser algo, defenderá ese algo a capa y espada, con las uñas, con los dientes, con lo que sea. Por eso, lo único liberador es la realización de la propia identidad.
El esquema mental de cada uno está afianzado ahí no sólo como idea, sino como emociones, como fuerzas, como hábitos y como toda la propia historia. Por lo tanto no basta una idea para soltar la que tenemos, para contrarrestarla. Es necesario llegar a tener una conciencia directa, vivencial, profunda, inmediata, de la potencia, de la inteligencia y de la felicidad que somos; sólo entonces nos podremos reír de todas las formas que pretendíamos ser. Uno solamente puede soltar algo cuando tengo algo mejor. Por lo tanto, pretender que la persona «suelte», con la promesa de que luego encontrará algo mejor, es un engaño, es algo que no funciona.
Sólo cuando uno se vive a sí, mismo como felicidad, deja de estar en estado de alerta en relación con las emociones. Sólo cuando uno se vive como inteligencia deja de preocuparle su esquema mental y si éste está amenazado o no. Al descubrir lo que uno es, se ve que uno no es ningún modo de ser. Somos Ser, y no ningún modo de ser. Cuando yo creo ser un modo de ser, todos los demás modos significan un peligro; y por eso sólo yendo a lo que es mi realidad central, yendo al Ser, el que está detrás del modo, me libero del modo y de todos los demás modos. Entonces, de una forma natural, ¡yo viviré mis modos! pero los viviré libremente, sin depender de ellos.
Si pudierais ver con claridad que nos estamos viviendo siempre en tanto que modo, y que nosotros no somos ningún modo, que intrínsecamente somos Ser… con la posibilidad de infinitos modos…, en lo intelectual, en lo afectivo, en la conducta, en todo…, esto sería un salto «mortal» para el miedo. Un salto definitivo que nos situaría más allá del miedo.
Texto extraído del libro La realidad. Curso de Profundización y diálogos. Editorial Indigo. 1994
Sólo cuando conocemos la identidad esencial, podemos soltar las particulares maneras de hacer que nos atenazan como un corsé. Este conocimiento nos libera de procedimientos rígidos, anacrónicos o desfasados de lo que la actualidad requiere, porque cierran toda posibilidad de escuchar y relativizar, al interactuar con lo diferente. El punto clave es la identificación con modos determinados que se han implantado inconscientemente, se mantienen por hábito, y sobre los que no se ejerce una atenta revisión. Uno está bien metido en sus inmodificables “razones”, y persuadido de que son las mejores. Cree además que es espontáneo, sin percatarse con un análisis serio de observación, que parece espontáneo, pero es un mecanismo que le sale impulsado de esquemas inconscientes.
Profundizar en la identidad y estar presente a lo que la realidad nos aporta, permite tener la mente abierta a nuevas ideas que se ejecutan de diversas maneras según la situación convenga. Entonces uno no está sujeto a los circuitos mecánicos, y puede actuar con espontaneidad.
Pero no hace falta esperar a llegar al yo esencial para soltar; cada nivel de conciencia suelta los niveles anteriores. Una aplicación práctica de estas reflexiones que hace Blay la encontramos de inmediato en el ejercicio de los despertadores. Situarse en el yo experiencia nos hace soltar el personaje.
El problema es que nos cuesta referirnos a lo nuevo. Nos empeñamos en explicar que los despertares han sido breves o que la mayor parte del día no hemos despertado. Y cuando hablamos de la experiencia del despertar resaltamos que no pensábamos, que no estábamos tensos ni angustiados. Así que hablamos del despertar desde el punto de referencia del dormir: en vez de situarnos en el despertar nos seguimos refiriéndonos al sueño; como si lo real fuera el sueño y el despertar una alucinación.
Lo adecuado, haciendo caso de las indicaciones de Blay, es disfrutar del despertar en los momentos en los que lo vivimos y procurar incrementar su frecuencia y duración. Si ponemos la atención en eso, veremos que es un hecho que se están incrementando. Y empezaremos a vivir en la realidad en vez de permanecer encadenados a un pasado que ni tan solo es cierto, porque es una interpretación que hace el personaje.
Yo creo que esto tiene mucho que ver con la identificación. Estamos identificados con nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestras pertenencias, nuestros modos de ser…. estamos como atrapados, como pegados a eso que creemos ser.
Hay un ejemplo que nos hace ver muy claro todo esto. Imaginemos que somos un actor de teatro y que se está representando “Romeo y Julieta” en la que yo encarno el papel de Romeo. Todo esto va bien, pero supongamos que en un momento determinado, me identifico tanto con el personaje que me olvido de mí y creo que realmente soy Romeo. A partir de este momento, esta identificación hace que yo viva todos los avatares que ocurren en la obra como si fuera mi autentica vida, ya no soy yo, soy Romeo; estoy atrapado en el personaje sin darme cuenta que detrás de todo esto hay alguien aquí presente con más fuerza o digamos más real, que lo que estoy representando. Ahora viene el problema ¿Qué se puede hacer para despertar a mi realidad? Está claro que si yo no soy consciente de que estoy identificado con el personaje que represento, tampoco tendré ningún interés en despertar a mi verdadera realidad. Este es el sentido del trabajo con los despertadores, pues en realidad más que despertar, lo que se persigue es darnos cuenta de que estamos dormidos, identificados con el personaje; esto podríamos decir que es el camino de la negación. Buda no hablaba de alcanzar la felicidad, sino de acabar con el sufrimiento. Está claro: “la ausencia de sufrimiento”. Este camino de la negación tiene una parte positiva para trascender al personaje porque la mayoría de las veces cuando nos hablan de alcanzar la felicidad éste se apodera rápidamente de la palabra felicidad para su provecho y sin darnos cuenta estamos de nuevo atrapados por él. Bien, volviendo al ejemplo, en el instante que nos damos cuenta de que estamos representando o mejor dicho encarnando a Romeo “el personaje” es cuando seremos capaz de seguir actuando o interpretando la obra pero consciente y libre sin ser arrastrado por él. Según dice Blay y que comentas en tu escrito “me libero del modo y de todos los demás modos. Entonces, de una forma natural, ¡yo viviré mis modos! pero los viviré libremente, sin depender de ellos”.