Somos instrumentos para expresar Su plenitud

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Nosotros somos como unos instrumentos conscientes, inteligentes, en manos de Dios, para poder expresar un poco más Su plenitud en la tierra. Somos canales para poder iluminar -mediante Su acción a través de nosotros-un poco más a los demás. No porque yo tenga que enseñar nada ni porque tenga que cambiar o iluminar a nadie, sino solamente porque dejo que Dios a través de mí haga su trabajo de iluminación, de redención. No soy yo quien hago; sólo dejo que Dios haga en mí y a través de mí. En el momento en que creo ser yo, personalmente, quien hace algo, estoy ya cerrando esta apertura hacia Dios, esta puerta de entrada de Dios en mí.

     Para que Dios actúe en nosotros es preciso mantener nuestra mente y nuestra afectividad abiertas a su Presencia. Entonces, toda vida adquiere un sentido nuevo. No en el sentido de realizar grandes cosas, pues la vida más aparentemente minúscula y aislada puede adquirir entonces una enorme significación, al convertirse en un canal de transmisión de un poco más de luz, de paz, de fuerza, de gozo, para los demás. Es un trabajo que nos transforma y a la vez hace más felices a los otros.

 

     No se trata de vagos sentimentalismos; se trata de algo tan real como las cosas más reales que existen. Precisamente, yo no he de tener una actitud sentimental -en el sentido peyorativo que se da a la palabra- al tratar con los demás; yo he de tener una actitud entera, sólida, maciza, pero con una gran apertura interior a Dios presente en mí. Y entonces, dentro de mi actitud decidida, clara, sólida, fuerte, se filtrará algo que el otro percibirá, o le beneficiará aunque no se dé cuenta; algo que será una auténtica ayuda para el otro, sin que yo mencione nada relacionado con la vida espiritual, sin necesidad de mostrarme como un apóstol o como divulgador de alguna ideología. Es algo secreto, es algo entre Dios y yo; pero dejando el sitio disponible para que Dios haga su trabajo a través de mí. Esta experiencia está al alcance de todos, pues Dios no tiene ninguna preferencia. Toda persona que tenga una sincera aspiración y la intuición de la Presencia y existencia de Dios en todo, tiene a su disposición esta experiencia, pero hay que estar allí, hay que ir a por ello.

 

     No nos lamentemos de los problemas, de las circunstancias, etc. En lugar de lamentarnos, trabajemos para abrirnos a la Fuente, trabajemos para la solución única, real. Con esta práctica todos los problemas de inseguridad, tensión, depresión, neurosis, fobias, filias, etc., todo se desvanece como se funde un pedazo de hielo a la luz del sol. Todos los problemas existen sólo por defecto de esta Presencia Divina, porque lo positivo ha dejado de expresarse de un modo intenso y lo negativo lo sustituye, pero sólo como ausencia temporal de lo positivo. Todos los estados de miedo, de angustia, no son más que esta ausencia de la Conciencia de ser. Todos los problemas son ausencia de Dios; con su Presencia todos los problemas psicológicos se derriten, desaparecen. Pero hemos de abrirnos, cultivar, vivir esta Presencia mediante la receptividad y el silencio.

 

     Esta práctica no sólo nos llenará de paz y de armonía interior sino que ésta se traducirá en armonía exterior, pues todo lo que nosotros vivimos habitualmente es la exteriorización de nuestro estado de conciencia; o sea, que las cosas tal como se presentan estructuradas a nuestro alrededor (en lo externo) son la cristalización material de nuestra conciencia interior. Cuando nuestra conciencia se ensancha, se eleva, en consecuencia se produce un cambio en lo exterior; la conciencia interior iluminada da como fruto una armonía exterior en las cosas, en las personas, en todo.

 

     Lo exterior es un reflejo de lo interior. En un árbol, los frutos brotan de él, no vienen del exterior, salen de dentro del árbol. Nosotros somos como el tronco del árbol y todos los frutos que aparezcan son la exteriorización de lo que vive por dentro del tronco, en forma de circunstancias, relaciones, etc., y si la conciencia interna es realmente Superior, está iluminada por la Presencia de Dios, los frutos serán armónicos, llenos de luz.

 

     Nosotros creemos que lo exterior no depende de nosotros. Pero todas las cosas, todo lo que existe, está ahí porque una conciencia la está creando. Luego, otras conciencias -nosotros- lo atraemos y lo retenemos, y cada persona tiende a atraer aquello que está de acuerdo con su estado de conciencia.

 

     Por eso vemos personas con problemas interiores que, a dondequiera que vayan, reproducen estos problemas; personas con una mentalidad estrecha que, aunque tengan mucho dinero, viven estrechamente; y otras, en cambio, aun con medios escasos, que viven interiormente más libres porque su conciencia es más amplia. Lo exterior se configura de acuerdo a lo interior porque es su efecto. Y en la medida en que nuestra conciencia se eleva, se ensancha y se mantiene abierta a esta Presencia activa de Dios, veremos cómo las cosas externas van cambiando por sí mismas. Esto nos recuerda aquella frase del Evangelio tan mencionada y tan poco entendida -y tan poco practicada- que dice: «buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura». Esto es una ley exacta. Es algo de lo que podemos beneficiarnos todos sin que tengamos que hacer otro esfuerzo que el de mantenernos fieles, abiertos, conscientes, disponibles, a esta Presencia de Dios en nosotros.

 

Antonio Blay Fontcuberta. «Personalidad y niveles superiores de conciencia». Editorial Indigo. Barcelona. 1991.

2 comentarios en “Somos instrumentos para expresar Su plenitud”

  1. Me ha gustado mucho el artículo. Gracias.
    Podemos hablar de Dios desde el pensamiento y eso entra en el terreno de la opinión, usamos la mente para razonar sobre un concepto.
    Cuando me sitúo en el silencio de Ser, desde la inspiración, puedo tomar conciencia de su presencia que es la mía.

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