Habríamos de meditar sobre la naturaleza del bien, de lo agradable, del bienestar que buscamos en la vida y llegar a descubrir que este bien que buscamos es una expresión del mismo Dios que nos anima y que se expresa a través de nuestra vida y de nuestra conciencia. Cuando yo pueda ver que Dios es la Felicidad absoluta inalterable, y que este Dios es algo que está presente en mí, que es algo que está pidiendo que yo lo reconozca, que me abra a Él, entonces ya no correré detrás de unas situaciones (o no huiré de otras), porque descubriré que nada puede darme lo que ya está en mí desde siempre. Aprenderé a amar a este Dios que está mí y en todas partes y a abrirme a esta Presencia que es Amor-Felicidad. Entonces la vida interior no es una vida de obligación, de esfuerzo, de ascesis, sino que es una vida de plena expansión de conciencia, de constante descubrimiento de un nuevo modo de vivir feliz.
Pero es imposible que yo pueda vivir esta felicidad, que pueda tomar posesión de esta herencia, que es mía y que me es dada en cada momento, si yo creo que la he de encontrar en otra parte o que la he de realizar a través de unas condiciones externas determinadas. Por eso es importante que yo aprenda cómo funciona este circuito de la felicidad. En la felicidad ocurre como con el impulso vital: éste nunca me viene dado de fuera; el impulso vital es la esencia, el centro mismo de mi ser y tiende a irradiarse. Y en la medida que se expresa, en la medida que se exterioriza de un modo inteligente, crece. En el amor-felicidad es exactamente igual. En la medida que le doy paso, que lo expreso, que lo cultivo, que lo acepto, que no le pongo límites, en esa misma medida crece. Como ocurre con la inteligencia: en la medida que yo la ejercite, que la exprese, en esta misma medida crecerá.
El criterio acumulativo no conduce a la felicidad
En esto, sin darnos cuenta, aplicamos un criterio material, creyendo que estas cualidades básicas son algo que, a semejanza de lo físico, lo tendremos por posesión acumulativa, que es algo que nos ha de venir del exterior y que, reteniendo determinadas cosas, retendremos una determinada felicidad o bienestar. Y aplicando este criterio es cuando nos encontramos con repetidos fracasos.
Si yo me centro en la intuición que tengo de que Dios es la felicidad y de que Dios es, al mismo tiempo, la Fuente que me está comunicando mi propia vida en todas sus manifestaciones permitiré que esta felicidad se manifieste en mí del mismo modo que yo puedo tomar el sol poniéndome conscientemente bajo sus rayos. Cuando yo pueda mantenerme centrado en esta intuición de Dios presente como Felicidad y Amor absolutos, interiormente relajado, contemplando, y dirigiéndome afectivamente a este Dios-Amor, es como si yo permitiera que ese amor, esa felicidad, me llenaran desde dentro, y pudiera irradiarlos después hacia fuera.
Éste es el secreto de la felicidad. Nunca es por acumulación ni por posesión de nada, sino por reconocimiento de la Fuente y apertura de la mente, del corazón y de la voluntad a esta Presencia de Dios en nosotros. Este cambio de actitud es el que requiere un esfuerzo: de la actitud de esperar de las cosas a dejar de depender de ellas centrándonos en esta intuición y aspiración interna.
Antonio Blay Fontcuberta. “Personalidad y niveles superiores de conciencia”. Ediciones Índigo. 1991.
Este artículo es continuación de otro del 19 abril 2022: “Nuestra identidad profunda es felicidad”, al cual remitimos. https://autorrealizacion.org/nuestra-identidad-profunda-es-felicidad/