El Sermón de la Montaña (1)

(Mt 5, 1-16)

«Viendo a la muchedumbre, subió a un monte, y cuando se hubo sentado, se le acercaron los discípulos; y abriendo Él su boca, les enseñaba, diciendo:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los  mansos, porque ellos poseerán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos.

Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos. Porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo delante de vosotros.

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres.

Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara y se la pone bajo celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos».

Recuerdos escolares:

Este famoso sermón lo veíamos como una promesa de recompensa en la otra vida, que suponía pasarlo mal en esta; pero mal de verdad, con experiencias próximas al martirio. Lo cierto es que, dudas aparte, corroboraba la visión de la religión como algo muy difícil de implementar en nuestra vida cotidiana, reservada solo a personas extraordinarias: a los santos y a los mártires.

Esta luz del mundo, seguramente se refería a esta clase de personas, no a nosotros. El hecho era que ni tan solo sabíamos qué ere un celemín, y nadie se había tomado la molestia de explicárnoslo.

Claves simbólicas:

También aquí nos encontramos con una riqueza simbólica extraordinaria: la muchedumbre, la montaña, los discípulos; los pobres de espíritu, los afligidos, los mansos, los hambrientos, los misericordiosos, la pureza, la paz, la persecución, los profetas; la sal, insípido, el sabor, pisotear; la luz, el mundo, la ciudad; la lámpara, el celemín y el candelero.

La muchedumbre es los diversos intereses de la personalidad; la montaña es los niveles de conciencia superiores; los discípulos la parte de la personalidad que busca conectar con la esencia; los pobres de espíritu son los conscientes de no saber; los afligidos son los necesitados de amor; los mansos son los que rehúyen la violencia; los hambrientos los que tienen demanda de algo; los misericordiosos son los que sienten compasión; la pureza es lo que no tiene mezcla; la paz es la evidencia de que todo está bien; la persecución simboliza la alteración del bienestar, y los profetas son los que ven más allá de los sentidos.

La sal es las ideas del Trabajo; lo insípido es aquello que no despierta el interés; el sabor es el sentido de la existencia; pisotear significa maldecir o vilipendiar la realidad; la luz es el potencial de inteligencia; el mundo es la identificación con el plano físico, y la ciudad la organización social.

La lámpara es la verdad  superior; el celemín simboliza los reglamentos y las normas, y el candelero la iluminación del Logos.

Interpretación según la línea de Antonio Blay:

Lo trascendente observa los diferentes intereses de la personalidad y se coloca en el punto más elevado de la mente para iluminar a la parte que busca la esencia, explicando el sentido de todo lo que experimenta.

Tenemos que felicitarnos por ser conscientes de no ver claro y buscar una respuesta más convincente; por no conformarnos con menos de la felicidad total; por no colaborar en los conflictos inútiles; por sentir una demanda de realidad que nos lleva a experimentar el potencial que somos; por no poder ser felices si los demás sufren; por querer ver la verdad, sin buscar la explicación que nos conviene.

En un nivel superior de conciencia, vemos que todo está bien y marcha hacia la autorrealización, pero tenemos que enfrentar la inseguridad que produce nuestra identificación con la forma.

En la práctica, solo podemos conectar con lo trascendente, asumiendo la insubsistencia de la forma. Esto lo hemos vislumbrado repetidas veces, pero siempre acabamos cayendo en la trampa de buscar la realidad en la existencia.

Hemos de cuidar en no poner el Trabajo espiritual al servicio de la existencia, porque se desvirtúa y pierde toda eficacia. La señal de que estamos cayendo en esta trampa es el miedo a ser mal vistos socialmente por sentir atracción por lo espiritual, que nos lleva a mantenerlo escondido y a considerarlo como algo perteneciente a nuestra intimidad. La espiritualidad ha de estar por encima de todo y alumbrar, no solo al individuo, sino a la colectividad; no con ideas, sino con hechos y a la vista de todos.

Jordi Sapés de Lema. “El Evangelio interpretado desde la línea de Antonio Blay”. Editorial Boira. 2020.

En el próximo boletín del día 17  de septiembre, la parte 2 y final: “Indicaciones para el Trabajo espiritual”

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