Sería fácil que hablando de la ceremonia de clausura del Centenario de Antonio Blay me enredara en exponer las anécdotas de un día intenso: la calidad de los encuentros, de las conversaciones, los ecos de Blay en el lugar, la generosidad en las ponencias, los abrazos finales, etc.; pero empiezo a darme cuenta de que lo evidente no suele ser lo importante en el Trabajo.
Volví de Barcelona a mi vida cotidiana sin la conocida sensación de hámster en la rueda, empapada por una alegría que, de entrada, me parecía el remanente de la aventura del fin de semana y me puse con el diario a mirar ese sentir. Reproduzco aquí algunos fragmentos del mismo:
“Es como si se hubiera abierto una compuerta que llevaba cegada desde siempre, y no puedo definir lo que siento de otra manera que con la palabra “Amor”, pero no tiene que ver nada con lo que yo pensaba que era el amor: es algo que soy yo y no está fuera, ni demanda nada, ni espera, y lo es sin duda alguna: hay una certeza absoluta. De cara al exterior todo parece igual, y sin embargo todo ha cambiado. Porque este amor lo baña todo: hay una confianza, una seguridad, que no había experimentado antes, pero que tengo claro que siempre ha estado y sigue estando. Me quedaría a vivir siempre ahí, es la alegría de estar en casa, de cada encuentro, de ir a la compra, charlar con algún vecino, sacar al perrito, acompañar a mis padres, ir a yoga…”.
Durante toda la semana me he sentido como si se hubiera prendido una luz dentro de mí que amplifica y clarifica todas las vivencias del día a día. Al final de la semana escribí:
“A veces pasa la idea siniestra de que puedo perderlo, de que algo tan bonito no lo podré mantener: se desvanecerá. Y ahí veo al personaje. Si le hago caso me aferraré a esto como si fuera un tesoro y entonces será cuando lo perderé…” Día a día he ido constatando como este sentir se va diluyendo, y voy buscándolo como quien busca al ser amado: en cada despertar, a todas horas, experimentando una especie de duelo. Y veo al personaje queriendo agarrar lo inasible y hacerlo suyo; como la solución a todo.
Me he traído del Centenario un profundo agradecimiento, la sensación de libertad interior y un sentimiento expansivo de alegría que nunca antes había experimentado, que me han cogido por sorpresa. Poder hacer contacto con cada uno de vosotros y experimentar el gozo de la autenticidad que se genera en cada comunicación: esa calidad sutil y arrolladora que se vive sin esfuerzo alguno; esta actitud de presencia abierta y disponible para vivir toda experiencia. El acicate para seguir trabajando y despertar.
Es la invitación y la luz del Trabajo: vivenciar Esto, que se intuye como una gota en un océano. Ser.
Carmen Benítez Muñoz, socia de ADCA y alumna.