Vivir nuestro propio mundo y  hacer evolucionar el mundo

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[…] Una cosa es explicar nuestra vida y otra, muy distinta, crearla: ser autores de la misma. En este punto, el sentido de la existencia deja de ser una especulación filosófica y  adquiere una dimensión central, porque se nos hace patente que estamos en medio del escenario, sin tener claro qué queremos hacer en él. Las novedades son nuestra presencia y la conciencia del potencial que somos: despertar cambia radicalmente la relación que tenemos con el exterior, seguimos determinados por él, pero podemos incidir en él y transformarlo. Nosotros, como sujetos, hemos dejado de ser la incógnita; lo que está por decidir es cómo y de qué manera queremos influir en el mundo. Así que, de repente, la realidad se nos presenta como un proyecto personal y el sentido de la vida es precisamente llevarlo a cabo. Por fin sabemos qué queremos ser de mayores.

[…]

     Ésta es la puerta de acceso a otro nivel superior de conciencia que está por encima del “yo experiencia” y que tiene un carácter totalmente impersonal. El proyecto en el que invertimos el potencial que somos, nos sitúa en una frontera que permite captar la voluntad de lo superior y expresarla de una forma personal, sabiendo que es el ser quien nos lo inspira. Y esto lo podemos manifestar en nuestro ámbito familiar, personal o asociativo y en el más amplio de la cultura y de las estructuras económicas y sociales. Siempre hay una vanguardia formada por personas que empujan constantemente el sistema social, para llevarlo más allá de sus límites, poniendo sobre la mesa cuestiones tan decisivas como la liberación de la mujer o de la sexualidad, la ecología, la sostenibilidad, etc. Los planteamientos de estas vanguardias inciden en la mente de los jóvenes y alteran la manera de pensar de cada generación.

    

     Pero, además de ampliar el horizonte de la humanidad, buscando en paralelo una mayor unidad y una valoración de la diversidad, podemos convertir nuestro espacio personal, familiar y laboral en un ámbito de expresión y creatividad, eliminando obstáculos artificiales y abriendo paso a una mayor participación de la conciencia en la toma de decisiones. Eliminar obstáculos implica superar los prejuicios, la competitividad, la marginación y la prepotencia, porque son fruto del bloqueo del potencial y constituyen un pozo sin fondo en el que se desperdicia la inteligencia, el amor y la energía.  Participar conscientemente significa poner luz, amor y energía en todo esto: denunciar lo que entorpece la fluidez, plantear nuevos objetivos, alentar propuestas, curar las relaciones que se han estropeado, restablecer la comunicación entre sectores que se han aislado, defender la dignidad de las personas y el trato respetuoso entre las mismas, reforzar la autoridad haciéndola útil y conforme con los que tienen que cumplir sus órdenes, haciendo que el conjunto se viva como una entidad, con un objetivo que todo el mundo comparta.

 

Jordi Sapés de Lema. “Práctica del camino de Antonio Blay. Método, etapas y transformación”. Colección Jordi Sapés. Boira Editorial. 2020.

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