Nombre del autor:Marga

El objetivo de la vida y dónde hay que buscarlo

Por la observación aparece bastante claro que el sentido de la vida en su aspecto interno es llegar a una plenitud de conciencia, sea de un modo u otro, y en su aspecto externo, es expresar esa plenitud de conciencia a través de una plenitud de forma; aunque la expresión de la vida a través de las formas tiene siempre un carácter accidental y efímero, pues las formas son simplemente eso, una expresión, una manifestación. Solamente cuando se vive la vida en su misma fuente, allí de donde brotan todas las formas, es cuando se percibe que es más completa, más llena en sí misma. La vida no tiene sentido por el hecho de dirigirse hacia un lugar determinado. Muchas veces nos preguntamos: ¿cuál es nuestro fin?, ¿hacia dónde nos dirigimos?, ¿a dónde iremos a parar?, como si el lugar hacia el que nos dirigimos nos pudiese dar por sí solo el verdadero sentido de nuestra vida actual. El verdadero sentido de la vida no está en el término de ella, sino en el instante presente, detrás de todas las necesidades, de todas las leyes y de todas las manifestaciones de la vida misma. No hemos de apoyarnos en el futuro ni en el pasado para descubrir el sentido que pueda tener nuestra vida, puesto que el pasado y el futuro sólo son imágenes en nuestra mente y sólo el presente tiene plena realidad. La verdad de nuestra vida la hemos de descubrir ahondando en el presente.

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Proceso evolutivo de la vida humana

Visión psicológica evolutiva
  
Si observamos la vida del ser humano como un proceso psicológico evolutivo, vemos que nuestro punto de partida se basa, en general, en la idea que tenemos de nosotros. Esta idea que tenemos de nosotros (el yo-idea) hace que «funcionemos» de un modo determinado: y este «modo» constituye nuestro modo de ser. Esta idea básica, en su funcionamiento, se convierte en un núcleo, actúa como un núcleo respecto al modo de ser.
  
Pero a medida que la persona va madurando, va descubriendo progresivamente la relatividad de este yo-idea y de este modo de ser, y va viviendo más la profundidad de su yo-experiencia. Entonces, gracias a que se desidentifica del yo-idea y de que vive más el yo-experiencia, éste manifiesta su condición de eje central y se convierte en un nuevo núcleo.

En consecuencia, se puede soltar la identificación con el modo de ser, con el yo personal, y se hace posible ir aceptando a los demás con sus otras (y diferentes) formas y modos de ser, los cuales antes se veían con recelo, temor o desconfianza. Entonces, las otras formas dejan de ser problema, dejan de ser enemigos de los que defenderse.

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El objetivo de la vida y dónde hay que buscarlo

Por la observación aparece bastante claro que el sentido de la vida en su aspecto interno es llegar a una plenitud de conciencia, sea de un modo u otro, y en su aspecto externo, es expresar esa plenitud de conciencia a través de una plenitud de forma; aunque la expresión de la vida a través de las formas tiene siempre un carácter accidental y efímero, pues las formas son simplemente eso, una expresión, una manifestación.

Solamente cuando se vive la vida en su misma fuente, allí de donde brotan todas las formas, es cuando se percibe que es más completa, más llena en sí misma. La vida no tiene sentido por el hecho de dirigirse hacia un lugar determinado. Muchas veces nos preguntamos: ¿cuál es nuestro fin?, ¿hacia dónde nos dirigimos?, ¿a dónde iremos a parar?, como si el lugar hacia el que nos dirigimos nos pudiese dar por sí solo el verdadero sentido de nuestra vida actual.

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Nivel afectivo superior

Su objetivo es lo universal como amor.
  
El nivel afectivo superior en la relación personal con los demás.
  
El desarrollo de este nivel nos hace descubrir que la vida no está compuesta de unidades aisladas unas de otras, sino de unidades que están si se quiere aisladas en cuanto seres materiales, pero a la vez se las ve más vinculadas y relacionadas a medida que se profundiza en este nivel.
  
Al principio, ya ahora, sentimos a los familiares y a las personas que más queremos más próximos que, por ejemplo, a los desconocidos: es un acercamiento interior que nos sitúa afectivamente más estrechamente unidos a ellos. Pero llega un momento en que no sólo los familiares, sino todos los hombres, y aun cuanto tiene vida y cuanto existe entra en el lazo de esta cercanía afectiva.

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Los objetivos profundos de nuestra vida

En realidad, toda nuestra vida, obedece a un objetivo trascendental, al que nos empuja y lanza el impulso primario central que nos anima. Este objetivo profundo se desdobla en dos vertientes: la objetiva y la subjetiva.
 
En su vertiente objetiva el impulso fundamental nos mueve a desarrollar todas nuestras estructuras y a actualizar todas las capacidades que cada uno de nosotros trae, al nacer, en estado latente.
 
En efecto, hay en nosotros una tendencia innata, natural e imperiosa a conseguir el pleno desarrollo de cada una de nuestras capacidades y potencialidades en todos los planos o niveles de nuestro ser: en el nivel físico, en el afectivo, en el intelectual y en el espiritual. La consecución de este pleno desarrollo constituye la vertiente objetiva, dinámica, operativa de la motivación general.
 
La vertiente subjetiva consiste en la necesidad que sentimos de alcanzar la plena conciencia del sentido de nuestra realidad, de conseguir la realización íntima, viva, directa e inmediata de nuestro verdadero ser o yo espiritual.
 

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Nuestro trabajo: atención y apertura

Si todo el mal reside en el empequeñecimiento, en la rigidez mental, en el alejamiento del centro y en la superficialidad en que nos hemos encerrado, es evidente que lo único que nos puede redimir, el único medio para redescubrirnos, para volver a ser nosotros mismos, es una doble actitud: de apertura y de atención, porque esto sigue la dirección inversa de lo que nos está ocurriendo. Si estamos cerrados y oscuros, para corregirnos tendremos que abrirnos y estar más despiertos. Esta es la clave de la combinación de la puerta de nuestra mente. Si aprendiéramos a estar más abiertos ensancharíamos nuestro horizonte y si aprendiéramos a estar más despiertos descubriríamos mejor la naturaleza de todo cuanto existe dentro y alrededor nuestro. Pues no se trata de adquirir nada más, sino simplemente de descubrir lo que existe. Para eso se requieren sólo dos cosas: abrir y mirar. Y para poder mirar claro hay que estar mentalmente despiertos. O sea, que realmente lo que nos falta es cultivar más y mejor lo que ya tenemos: saber mirar y saber abrir. Puntualicemos estas dos cosas por partes.

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La intuición y la creatividad mental. Su desarrollo (2ª Parte)

En el mismo nivel mental superior existe la capacidad de hallar ideas nuevas, originales: la creatividad mental. La mente concreta no puede conseguirlo porque se limita a barajar los datos que ha ido recogiendo, haciendo combinaciones dentro siempre del mismo círculo cerrado. A lo más conseguirá nuevas combinaciones de los mismos datos, pero no una auténtica obra nueva, una creación.
 
La creación es la visión, también repentina, de una perspectiva inédita. Para conseguir esta perspectiva es obvio decir que hay que situarse en un nivel distinto del acostumbrado. Hay que dejar lo viejo, aunque no sea más que por un momento, dejar de dar vueltas alrededor de los datos conocidos. Y requiere un adiestramiento.

De nuevo estamos ante la necesidad de renunciar a pensar, de tranquilizar la agitación de la mente concreta. El método más rápido para obtener el silencio mental consiste en aprender a mirar las cosas con atención, interés y sin pensar sobre ellas. Sólo mirarlas, aunque sean cosas o personas ya muy conocidas.

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La intuición (1ª Parte)

La función más elevada y propia del nivel mental superior es la intuición. Materializando nuestra estructura psíquica por medio de una comparación, diríamos que el nivel mental superior en el que tiene asiento la facultad intuitiva viene a ser como un departamento que tuviéramos encima de la mente desde el que se divisara un amplia perspectiva, que nos permitiera verlo todo con claridad y lucidez asombros.

La experiencia personal nos asegura que en señalados momentos tenemos la evidencia, por ejemplo, de que el asunto que llevamos entre manos lo resolveremos acertadamente, o de que no puede llegar a feliz puerto por tal motivo; y lo mismo respecto a otras personas: por ejemplo, que tal amigo se estrellará si prosigue empeñándose en aquel asunto, etc. La existencia de estas evidencias es hecho comprobado. Pero no tratamos aquí de demostrarlo sino que lo damos por supuesto y queremos hacer ver que, siendo la intuición una facultad humana, puede ser cultivada hasta usarla corrientemente en nuestra vida. La capacidad intuitiva no es privilegio de pocos, ni se necesitan condiciones internas excepcionales.

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La disciplina de la actitud

¿Qué podemos hacer, pues, para superar esa tendencia reiterativa mecánica que nos mantiene en un círculo vicioso, que nos mantiene prisioneros de nuestra propia costumbre? Bien, aquí la técnica clave es la disciplina de la actitud. Ésta, consistirá en proponemos y en ejercitarnos a tener una disposición interior como si absolutamente todas la cosas nos fueran del modo mejor imaginable, del modo óptimo. Se trata de que aprendamos a asumir una actitud de ánimo, de energía, de confianza, de optimismo, de cordialidad. Se trata de reproducir ese estado que todos hemos tenido cuando nos hemos encontrado eufóricos. Es lo que llamamos la actitud positiva.

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