
- El continuo afectividad–mundo astral
Si observo mi personalidad en los otros aspectos, veré que está ocurriendo exactamente lo mismo. Toda mi afectividad, todo mi mundo psíquico, se basa también en este movimiento. Ciertamente hay unas respuestas que se producen en mí, pero todos los sentimientos concretos que tengo con respecto a lo Exterior, proceden precisamente de ese Exterior. Yo miro algo con simpatía, veo a alguien con amor, y esto va provocando en mí una respuesta. Mi experiencia es la combinación de esta respuesta y el estímulo que me viene del Exterior. Por tanto, en tanto que vivencia, que cualidad fundamental, surge de mí, pero en tanto que cualidad manifestada, es la medida en que se adquiere, en que se obtiene del Exterior. Yo tengo una capacidad de amar, pero esta capacidad de amar se materializa en el momento en que yo amo a alguien. Entonces digo «Yo amo»; pero, al decir esto, me estoy refiriendo a las vivencias que tengo, siempre concretas, con respecto a alguien. Mas ese alguien es algo que siempre me viene del Exterior. Por lo tanto, podemos decir que mis experiencias están hechas de algo exterior como material, y de algo interior como potencia, y que la experiencia es la combinación de ambas cosas, de lo interior y de lo exterior.
Mi afectividad exige todo un proceso; yo necesito estar demostrando mi cordialidad, mi agradecimiento. Necesito también recibir sentimientos, afectos, cordialidad. Aquí se produce algo muy parecido a lo que ocurría con nuestro cuerpo, donde vimos que hay un intercambio constante con el exterior: En la medida en que yo me encuentro en un ambiente en el que no recibo absolutamente ningún afecto, yo muero por asfixia afectiva. Se ha comprobado que los niños que no tuvieron el necesario afecto en su infancia, que no tuvieron el mínimo afecto imprescindible, no pueden sobrevivir; aquellos niños que recibieron mucho menos de afecto del necesario son seres orgánicamente más débiles, y suelen enfermar con mayor frecuencia y morir en mayor número. ¿Por qué? Porque la afectividad es un alimento que recibimos, y si no lo recibimos no hay respuesta interior y no hay crecimiento, exactamente como la falta de alimento físico nos impide crecer en nuestra vitalidad y no se produce fijación de substancia orgánica, impidiendo, por tanto, el crecimiento de las células. Mi afectividad es un torrente de algo que está entrando de fuera, algo a lo que respondo desde dentro, pero que yo necesito estar expresando hacia fuera para que se vuelva a ver una reacción de fuera hacia mí; exactamente como en un proceso de respiración. Mi vida afectiva es ese respirar, ese expresar y ese recibir.
¿En qué medida puedo decir que un sentimiento, un afecto, un amor, es mío? ¿En qué medida puedo decir que es mío y en qué medida puedo decir que me es dado? No puedo separar lo que es mío de lo que me es dado, porque una cosa sin la otra no existiría. Es como si el mundo se estuviera introduciendo constantemente dentro de mí y me estuviera renovando; el mundo está circulando dentro de mí; yo reacciono ante esto; hay algo en mí que reacciona ante esto y retiene algo de este mundo. Pero incluso esto que retiene sigue siendo también el proceso de transformación y de evolución al mundo. A esto que temporalmente retengo lo llamo mi afectividad.
- El continuo mente–mundo mental
Por lo que respecta al mundo del conocimiento, veamos qué son nuestros conocimientos, nuestras ideas: son los datos, las percepciones que yo he recibido del mundo exterior y que provocan el – asentimiento, la respuesta de un centro, de un potencial interior. Todo lo que conozco me ha venido de fuera, la capacidad de conocimiento me ha venido de dentro, pero lo que conozco es algo que me ha venido de fuera, absolutamente todo. Y el conocimiento que yo comunico es algo que yo devuelvo, debidamente manufacturado, al exterior, para que el exterior me proporcione nuevamente otra información, otros datos. Si se observa bien, se verá que es un proceso de intercambio constante con el mundo exterior. ¿En qué medida una idea es mía? ¿Quién puede decir que tiene una idea suya, quién puede demostrar estar seguro de que una idea es de su propiedad? ¿Tenemos alguna idea que no nos haya venido de fuera, o que no haya sido producida por lo que ha venido de fuera? ¿Por qué estoy yo tan orgulloso de mis ideas, de la propiedad de estas ideas?
Examinándolo bien, veremos que toda mi personalidad es un fluir a través de algo que, por comodidad, yo llamo yo, yo llamo mío. De hecho, todo es un fluir de fenómenos, de existencias, de procesos. Y dentro de este proceso hay algo, una zona en la que mi mente está fijada, está identificada. A esta zona la llamo Yo, mi personalidad, y lo que está fuera de ella lo identifico como el Exterior. Esta identificación, este confundirme yo con una zona de experiencias, es puramente funcional. Se comprueba que es funcional, porque, precisamente en la medida en que la persona va madurando, se va desidentificando y va cambiando por completo la noción que tiene de sí mismo. Lo que antes creía que era «yo» y «mío», lo que antes vivía como sujeto, cada vez lo vivo más como objeto. Esto lo vemos en los niños, que tanto se identifican con sus juguetes, hasta el punto de que, si alguien los toca sin su permiso, ello les produce un gran trastorno: «Aquello es mío»; hay una identificación; es el mundo de su posesión y lo viven como si fuera su propia realidad personal.
Pero no es necesario ir a buscar a los niños. Los mayores tenemos nuestros propios juguetes; el coche, por ejemplo. Que alguien se atreva a hacernos una pequeña raya en la carrocería, y nos sentimos heridos hasta el fondo. En el trabajo, cada uno tiene su propia zona delimitada; si alguien se atreve a disminuir nuestra zona de trabajo, la persona se siente invadida. Vemos que todo depende de este concepto de identificación. En cierto momento, vivo mis vestidos como si fuera yo, por lo que, si alguien me ensucia las ropas que llevo puestas, yo me enfado como si yo hubiera sido el ensuciado.
Cuando la persona va aprendiendo a ser más consciente de sí misma, va descubriendo estos procesos, va descubriendo que ella no es el cuerpo, que ella no es las emociones agradables o desagradables que surgen en un momento dado, y que ni siquiera es las ideas buenas o malas que pueda tener. Todo eso es un proceso que está en constante transformación, un proceso del que yo voy aprendiendo a ser testigo. Esta frontera va cambiando, y cada vez mi noción de yo va retrayéndose más, acercándose más al centro y liberando la periferia. Llega un momento en que uno se da cuenta en que la distinción entre exterior e interior es una distinción completamente relativa que depende del nivel de funcionamiento de la conciencia, que no se basa en ninguna realidad intrínseca, sino en mi modo de ser consciente, en mi modo de querer, en mi modo de atribuir un valor u otro. A una persona podrán decirle que se ha equivocado en su razonamiento, en su trabajo, y esto puede vivirlo, como una lesión tremenda; sabemos muy bien que algunas personas, al ser heridas en su prestigio, tienen una gran dificultad para seguir viviendo. ¿Por qué? Porque confunden su yo, su realidad, con la idea que tienen de cómo deberían ser, con la idea de cómo los demás deberían valorarles.
Lo que yo llamo mi personalidad, lo que llamo interior, solamente depende de la zona que abarque mi campo de identificación mental. Lo que está fuera de este campo lo llamo Otro, Exterior; lo que está dentro lo llamo yo. Y no se establece otra distinción. Pero cuando la persona llega a esta realización profunda descubre que no hay ni interior ni exterior, que todo es exterior e interior al mismo tiempo, y que esa distinción era simplemente la medida de un desarrollo de su conciencia. Digo esto para que no creamos que estamos ahora tratando de una realidad muy sólida; hablamos de exterior porque así lo solemos vivir, y hemos de entender que hablamos de ese aspecto relativo. Cuando se vive la cosa en profundidad, esa distinción entre exterior e interior no se sostiene.
Antonio Blay Fontcuberta. «Caminos de autorrealización (Yoga superior). Tomo III, la integración con la realidad exterior». Editorial Cedel. 1983.
Imagen propia.
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