Podemos mirar también cómo vive el hombre su propia conciencia de ser. El hombre es un punto, una idea o una voluntad individualizada en la Mente Divina. Pero el hombre está muy lejos de vivir eso. El hombre, cuando es un niño pequeño se vive como una suma de impresiones e impulsos bastante difusos, según parece. Está viviendo, sí, a partir de la dinámica real de la vida, pero de una manera bastante informe. A medida que va creciendo, a medida que va viviendo más y más sus energías y va estructurando su sistema nervioso, toma una conciencia más clara, más diferenciada, de sí mismo y de lo que le rodea. Podríamos decir que el hombre pasa un período de su vida en que está viviendo esencialmente a nivel de su capacidad de experimentar —aunque esto es algo que ocurre durante toda la vida, podríamos señalar que hay un período en que la cosa aparece en estado puro, que es cuando el niño aprende a hacer las cosas; entonces se vive como impulso, se vive de una manera directa, pura—. Pero, poco a poco, a esto se sobrepone la idea que él se va formando de sí mismo. Los demás se refieren a él, le enuncian conceptos, valores, opiniones, le comparan, le contrastan, le juzgan, y todo esto hace que el niño vaya adquiriendo una idea de sí mismo basada no sólo en su experiencia, sino en los juicios y valores que el exterior manifiesta respecto de él.