Jordi Sapés

El sentido de la vida, desde la infancia

De la trascendencia procede la  vida y la conciencia que nos permite tener un papel creativo en este plano material. Nuestra participación en el mundo no se inicia cuando nos introducimos en el mundo laboral; empieza en el mismo momento en que nacemos. Los niños participan en todo momento en el colectivo; primero en la familia; después en la escuela y en los estudios medios o superiores; a continuación, en el mundo laboral y, posteriormente, en el social y el humano. Y aportan a cada uno de  estos planos lo que han vivido en el anterior.

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El sentido de la existencia. Parábola de los talentos (Mt. 25, 14-30)

 «Porque (el reino de los cielos) es como si uno al emprender un viaje llama a sus siervos y les entrega su hacienda, dando a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad, y se va. Luego, el que había recibido cinco talentos se fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo el de los dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno se fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo. Pasado mucho tiempo, vuelve el amo de aquellos siervos y les toma cuentas, y llegando el que había recibido los cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: Señor, tú me has dado cinco talentos; mira, pues, otros cinco que he ganado. Y su amo le dice: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco; te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu señor. Llegó el de los dos talentos y dijo: Señor, dos talentos me has dado; mira otros dos que he ganado. Díjole su amo: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco; te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu señor. Se acercó también el que había recibido un solo talento y dijo: Señor, tuve cuenta que eres hombre duro, que quieres cosechar donde no sembraste y recoger donde no esparciste; y temiendo, me fui y escondí tu talento en la tierra; aquí lo tienes.

Respondióle su amo: Siervo malo y haragán, ¿con que sabías que yo quiero cosechar donde no sembré y recoger donde no esparcí? Debías, pues, haber entregado mi denario a los banqueros, para que a mi vuelta recibiese lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará, y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes».

 

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El ejercicio de despertar (3 y final)

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Las dificultades del ejercicio

 

Por desgracia, la experiencia del despertar es muy inestable al principio. Después de tantos años de poner toda la atención en el exterior es difícil cambiar esta inercia de buenas a primeras. Nuestra mente no está acostumbrada a prestar atención a nuestra presencia; está acostumbrada a pensar en nosotros. Se pasa todo el tiempo juzgándonos y considerando lo que tenemos y lo que nos falta, pero no nos presta atención alguna. El personaje todavía nos está educando y piensa en nosotros en términos de futuro. Es más, considera que prestarnos atención a nosotros mismos, tal como somos, es una pérdida de tiempo y una falta de responsabilidad.

 

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El ejercicio de despertar (2)

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De entrada cuesta una barbaridad distraer parte de nuestra atención para ponerla en nosotros mismos porque de pequeños nos obligaron a ponerla toda en el exterior y nos hemos habituado. Para el personaje ¿qué sentido tiene prestarnos atención a nosotros mismos si nuestra identidad, valor y seguridad dependen de lo que hagamos cara al exterior? Es lógico que pongamos allí los cinco sentidos. De hecho, es mejor que, inicialmente, practiques este ejercicio [ver el artículo anterior: “el ejercicio de despertar (1)”] mientras haces algo simple que no requiera mucha atención por tu parte; por ejemplo: caminar. Puedes caminar y prestarte atención a ti caminando.

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Parábola del sembrador (Mateo 13,1-23)

Editorial Boira

“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas: —Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga. Los discípulos se acercaron a decirle: —¿Por qué les hablas con parábolas? Él les respondió: —A vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha concedido. Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo con parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis; con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane. Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Porque en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron. Escuchad, pues, vosotros la parábola del sembrador. A todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la palabra, y al momento la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta.”

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