El camino de vuelta a casa
Siempre he sabido que había algo más. Algo que no era capaz de captar a través de los sentidos pero que estaba ahí y era el origen de todo, era sobre lo que se asentaba lo demás y lo que daba sentido a la existencia. La intuición me decía que las cosas no podían acabar en el plano físico, sabía que había una realidad superior que lo abarcaba todo. Esta certeza iba acompañada de un sentimiento de soledad, de vacío, ya que no encontraba mi lugar en el mundo; no acababa de ver cuál era el sentido de mi vida. No me llenaban las cosas que se suponía me tenían que llenar, pues sabía que el sentido de la existencia era otro. Recuerdo que con nueve años me miraba al espejo y me preguntaba quién era y porqué estaba yo aquí y no otra persona, porqué Dios me quería aquí. Buscaba respuestas; me buscaba a mí misma.
En este camino de búsqueda de mi naturaleza esencial, me convertí en una ávida lectora de libros cuyos ejercicios iba practicando pero que no lograban calmar mi sed interior. Así que continué buscando hasta que a los quince años encontré el yoga y, he de decir, que durante diez años esta milenaria técnica ha sido, en mi caso, una fabulosa herramienta de autoconocimiento personal.
Más tarde, Jordi Sapés, Pilar de Moreta y Jordi Calm vinieron a Pamplona para impartir un seminario de introducción al Trabajo de Antonio Blay y en ese momento supe que había encontrado algo muy valioso.